Alicia encadenada I

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La noticia de la muerte del tío Ciro me había dejado devastada. El tío Ricardo, el otro hermano de mi madre, nos dijo que la causa de la muerte fue una sobredosis y él mismo había hallado el cadáver, tirado encima del colchón sucio que usaba para dormir en el desván.

Después de escuchar eso, lloré a mares, llena de culpa, porque acostumbraba visitarlo después de las clases en la Uni, pero con tantos exámenes seguidos, no había pasado por su casa en varios días y ahora solo me quedaban los recuerdos y un par de CDS de Alice In chains que me había prestado.

Un día después del entierro, fui hasta la casona vieja, en donde mi mamá y sus dos hermanos se criaron, para buscar a Ringo, el gato del tío Ciro, que seguramente andaría hambriento deambulando por ahí. Al llegar encontré a doña Clota, una de las vecinas, que se hallaba regando los castaños que habían frente a la casona y luego de darme las condolencias, le pregunté si había visto al gato. Respondió que le había dado de comer por la mañana y que seguramente a la nochecita volvería por la cena. Le di las gracias y traté de explicarle porqué me había ausentado, como si justificarme con la doña, me fuera a sacar la espina del corazón.

— ¿Que van a hacer con la casa?

—Supongo que la van a vender.

—Tu abuelo que en paz descanse, le había dejado la casa a Cirito, porque era el único que no tenía familia.

—La verdad es que no sé —dije encogiendo los hombros.

—Era un buen hombre, a pesar de sus vicios —la expresión de su semblante cambió de golpe —. Y todo por culpa de esa mujer, si ella no lo hubiera dejado, seguro su vida habría sido diferente.

Hablaba de la novia de la infancia del tío Ciro, aquella con la que iba a casarse, cuando yo era muy chica, sin embargo un buen día ella se fue de la ciudad y nadie más supo de su paradero, ni siquiera su familia. Aquello destruyó el corazón de Ciro y por eso se tiró a la mala vida.

Dejando de pensar en eso, me enfoqué en buscar a Ringo, que seguramente estaba dentro de la casa y como tenía un juego de llaves, fue fácil ingresar.

Una vez adentro un olor nauseabundo me dio la bienvenida y me tuve que tapar la nariz. Abrí las ventanas y la luz dejó al descubierto el estado de abandono y la suciedad. El zumbido de las moscas en la sala, musicalizaba la imagen decadente y sentí deseos de llorar.

Sorpresivamente escuché un estruendo proveniente de la sala contigua, que antaño fue la biblioteca gloriosa de mi abuelo, y asustada por la posibilidad de que alguien hubiera irrumpido en la casa, tomé lo primero que encontré para defenderme, en este caso fue el palo roto de una escoba, y armada me dirigí hacia el pasillo que conducía a la biblioteca y demás estancias.

En cada paso el corazón me latía más rápido y súbitamente un sudor frío impregnó mis extremidades. Dejé de avanzar cuando llegué al umbral del pasillo y traté sin suerte de regular la respiración. Siempre le había tenido miedo a esa parte de la casona, de niña solía imaginar que un monstruo me vigilaba desde esa oscuridad densa, listo para atraparme y comerse hasta mis huesos. 

Inspiré profundo y di el primer paso, la madera crujió y creí escuchar un sonido parecido a una respiración asmática, entonces se me heló la sangre, dejándome paralizada y temblando, como la famosa garrotera del Chavo del ocho. Fue en ese instante que un maullido demoníaco terminó de quebrar mis nervios y grité con todas mis fuerzas, antes de salir corriendo despavorida.

Writober 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora