Garras I

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Llegué a la estancia una tarde calurosa de verano, en la que el aliento cálido del viento movía las ramas de los álamos plateados, haciendo brillar sus hojas bajo el intenso sol de las tres de la tarde. Apenas bajé de la camioneta, Capitán y Sargento, los mastines de mi abuelo, vinieron a recibirme. Mi abuela estaba en el pórtico esperándome y corrí hacia ella.

Entramos a la casa y la abuelahabía preparado limonada. Después de charlar un rato con los viejitos, me instalé en la habitación. Había sido un viaje cansador y quería descansar.

Dormí un par de horas y al despertar lo primero que vi fue el cielo y las primeras estrellas. Entonces alguien llamó a la puerta y cuando abrí me encontré la sonrisa fresca de Susi. Nos fundimos en un abrazo y no paramos de hablar hasta que la abuela nos llamó a cenar.

A eso de las nueve y media, nos fuimos a la habitación, ella había conseguido el permiso de su padre, que era el capataz, para quedarse a dormir conmigo y se me ocurrió que podíamos escabullirnos hasta el río, cuando los abuelos se durmieran.

Me costó un poco convencerla, sin embargo, terminó aceptando y cuando todas las luces de la casa se apagaron, salimos por la ventana. Los mastines no estaban a la vista, seguramente los habían llevado a los establos, así que teníamos la vía libre.

La claridad el plenilunio nos permitía una óptima visión del camino y por eso corrimos sin temor, lo cual me hizo sentir libre y feliz por primera vez en varios meses.
Faltaba poco para llegar a la ribera, cuando Alejo, el hermano mayor de Susi, salió desde atrás de un matorral gritando y casi nos da un infarto. Él se reía a carcajadas mientras nosotras tratábamos de recobrar el aliento.

-Necesito un desfibrilador -le dije.

-Le voy a contar a mamá -amenazó Susi.

- ¿Y te vas a arriesgar a decirle en donde estaban cuando las asusté?

-Sos un tarado, nene.

-No se peleen, chicos -intervine.

En la superficie serena del agua se reflejaba la luna llena y los destellos de las luciérnagas en pleno cortejo. De repente, el concierto de los grillos y las cigarras, fue interrumpido por un aullido y luego se hizo un silencio espantoso. Alejo insinuó que se trataba de un perro feral, porque era común verlos merodear por la zona.

- ¿Y si es un hombre lobo?

-No seas tonta, estamos en Suramérica, Susana -la corrigió Alejo.

- ¿Un lobizón? -insistió.

-Eso es del Norte -replicó el chico.

- ¡Ya sé! ¡Es el chupacabras!

-Basta de pavadas, vas a asustar a la citadina.

-Para tu información no me asustan esas cosas - dije ignorando su risa burlona.

Alejo nos acompañó hasta la casa y dijo que por la mañana a primera hora pasaría a buscarnos.

Una vez metidas en la cama, Susana se durmió de inmediato y yo estaba a punto de hacerlo, cuando volví a escuchar el aullido. Los mastines comenzaron a ladrar como locos, pero lo más raro fue que minutos después solo podía escuchar como gimoteaban y lloraban asustados. Dejando la cama, me asomé por la ventana y vi algo que me heló la sangre.

La luz de la luna dejó en evidencia el contorno del cuerpo de una bestia bípeda, tenía un pelaje hirsuto y el hocico grande por donde asomaban colmillos largos y los ojos amarillos brillantes. No fui capaz de gritar y lentamente retrocedí, pero tuve tanta mala suerte que caí de espaldas, arrastrando la silla del escritorio. Susi se incorporó de la cama un poco aturdida y me preguntó que pasaba. Le conté lo que había visto y ella dijo que seguro todo era producto de mi mente sugestionada, sin embargo yo estaba segura de haber visto a esa criatura, aunque por un lado tenía mis dudas, porque mi imaginación ya me había jugado una mala pasada anteriormente.

Writober 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora