Garras II

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Durante el desayuno, les conté a mis abuelos lo que había visto pero no creyeron en mi palabra, y la abuela dijo que dejara de hablar de eso porque todos iban a creer que estaba loca. Ella jamás había usado ese tono áspero conmigo, que no solo hizo que me avergüence, sino que también incomodó a todos en la mesa.

Poco después de terminar el desayuno, Alejo vino a buscarnos y Susi y yo, preparamos lo necesario para el picnic a orillas del río.
Una vez que tuvimos todo listo, nos fuimos rumbo a los establos. Allí estaban Reynaldo, el capataz y Gladys su esposa. Intercambiamos unas cuantas palabras con ellos, mejor dicho escuchamos un sermón sobre los peligros en el río y antes de irnos, Reynaldo le pidió explícitamente a su hijo que nos cuidara mucho y que volviéramos antes del atardecer. Alejo prometió que lo haría y se fue a buscar los caballos, que él mismo había ensillado de antemano. Como siempre monté a Estrella, mi yegua favorita, y pesar de la compañía agradable de mis amigos, me sentía muy inquieta.

— ¿Estás bien? —me preguntó Alejo —. Te veo algo distraída y estás muy callada, lo cual es rarísimo.

—Estoy bien, no te preocupes.

—A él le podés contar —dijo Susi que venía unos pasos por detrás —. Tiene mucha imaginación como vos.

— ¿Qué pasó? —expresó Alejo con el entrecejo fruncido.

Con lujo de detalles hablé sobre la criatura peluda que se asomó a la ventana y Alejo se tomó unos minutos antes de contestar.

—Cuando escuchamos el ladrido de los perros, salimos con papá a ver qué estaba pasando.

— ¿Viste algo? —pregunté impaciente.

—Creí ver una sombra que pasó corriendo hacia la hilera de álamos, pero papá dijo que él no vio nada.

— ¿Eso es verdad, o solo lo decís para quedar bien con Mila? —exclamó Susi y la miré con rabia.

—Solo digo lo que vi, nena.

—Me cuesta creer en lo que dicen.

—Anoche te asustaste y empezaste a nombrar a todos los monstruos —replique.

—Bueno, no hablemos más de eso. Vamos que falta poco para llegar y ya me quiero meter al agua —respondió, tratando de salir airosa de la discusión.

La playa de piedritas grises era la misma de todos los veranos, sin embargo tenía el encanto de verse distinta cada año. Alejo decía que era parte de la magia de la naturaleza, que solía renovar en silencio todo a nuestro alrededor, para conseguir enamorarnos una y otra vez. 

Cuando encontramos el lugar ideal para tender el mantel, notamos que había un grupo de chicos a pocos metros de distancia. Era bastante común que la gente de la zona se reuniera a orillas del río, debido a que el calor se volvía bastante pesado y no habían otras alternativas para refrescarse.

Alejo se encargó de atar a los caballos cerca nuestro y luego se fue a socializar. Resulta que algunos de ellos eran sus compañeros de la secundaria.

Susi me susurró al oído que el único chico rubio del grupo, era su eterno crush y que no podía esperar a cumplir quince años, para pedirle que sean novios. Mientras acomodábamos las cosas, Alejo regresó y se sirvió un vaso de limonada.

— ¡El último que se mete al agua pierde! —gritó Susi.

En un torpe intento por ganarnos, se levantó tan de golpe, que tuvo la mala suerte de enredarse con el mantel. Cayó dando varios tumbos y las risas estallaron. Las mejillas de Susi se habían puesto rojas y temblaba de vergüenza. Al verle los ojos cristalizados por las lágrimas, les pedí a todos que dejaran de reírse, más no me hicieron caso y me vi obligada a tomar una medida desesperada. Tomando los restos de la comida, se los arroje y los chicos respondieron de la misma manera. La batalla culminó con todos nosotros metimos en el agua, riendo y disfrutando de la vida. 

Writober 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora