Alicia encadenada II

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Seguía alterada por el susto en la casona, cuando entré a mi casa y al ver allí reunidos a varios familiares, lo primero que pensé es que otra tragedia había ocurrido. Raquel, la esposa de Ricardo, no ocultaba su malhumor y apenas respondió a mi saludo. Sus hijas Karen y Tamara, la imitaron. También estaban Horacio, el único primo de mi madre y un hombre a quién jamás había visto.

Entonces miré a mamá y a Irene, mi hermana mayor, y con la voz afectada por el nudo en la garganta, les pregunté por mi papá. Irene, se acercó y susurró que papá había salido en un viaje urgente, debido a su trabajo.

—Al fin llegaste —dijo el tío Ricardo que venía desde la cocina, con un vaso de agua, que le entregó al hombre trajeado.

Su tono había sido más frío que de costumbre y comencé a preocuparme.

El extraño, posó sus ojos en mí y esbozó una sonrisa, previo a presentarse como el licenciado Igarreta. Era el notario que venía a traer el testamento de mi tío Ciro, algo que me dejó perpleja. Y me quedé conmocionada, cuando en la lectura de dicho documento, mencionó que yo era la heredera de la casona y de una suma de dinero. En mi vida habría imaginado que el tío tenía plata en el banco y mucho menos que era el dueño absoluto de la casa familiar. Entonces recordé que doña Clota lo había mencionado.

Mamá se situó a mi lado y posó una mano en mi hombro, Irene también se acercó. A ese gesto protector, lo entendí después de ver las miradas turbias del tío Ricardo y de Horacio. No era ningún secreto que ambos siempre habían querido apropiarse de la casona y en un momento sentí un temor intenso, más que nada porque mi papá no estaba en casa.

El notario Igarreta me extendió una copia del testamento y me hizo firmar unos papeles que por los nervios apenas leí, también me entregó su tarjeta personal. En los próximos días tenía que ponerme en contacto con él, para ultimar los detalles del traslado de bienes a mi nombre.

En el momento que se marchó Igarreta, el tío Ricardo dejó de ocultar la rabia y se acercó intimidante. Irene, como buena hermana mayor, le cerró el paso y con toda la educación posible, invitó a todos a irse a sus casas porque según ella, el show había terminado.

—Después me doy una vuelta, Olga, tenemos que hablar largo y tendido.

—Cuando venga Rubén —le respondió mamá a Ricardo y se ganó una mirada de odio.

El primo Horacio se fue sin despedirse y una vez que nos quedamos solas, tomé asiento en el sofá y empecé a llorar amargamente. Irene y mamá lloraron conmigo, no sé sus motivos, pero quiero pensar que su llanto era por verme tan afligida. ¿O acaso lloraban porque ellas sabían algo que yo no?

Writober 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora