Alicia encadenada III

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Hacía mucho calor a las tres de la tarde, y aliviadas por haber terminado de limpiar las estancias de uso habitual. Como necesitábamos cambiar de aire, nos sentamos en el patio, a la sombra de un sauce llorón. Irene y mi mejor amiga Marcia me acompañaban. Habíamos llevado el equipo de mate y una pastafrola de membrillo para merendar después del aseo.

—Esta casa tiene una belleza escalofriante y la atmósfera es realmente intensa —dijo Marcia quien había empezado a incursionar en el misticismo y otras cosas, que a mi realmente nunca me habían interesado. Pero tenía razón, era difícil ignorar la carga energética.

—El tío dormía en el desván porque decía que escuchaba ruidos de cadenas, que al parecer venían como desde abajo del piso.

— ¿Hay un sótano?

Los ojos de Marcia se iluminaron.

—No.

—Eso es muy raro, según leí todas estas casas coloniales tienen sótano, que se usaba como almacén o cava.

—Que yo sepa no hay sótano.

—No empiecen con esas cosas —pidió Irene, mientras me alcanzaba el mate.

—No hay que ignorar lo que sucede en el mundo espiritual, porque nos afecta más de lo que comprendemos —insistió Marcia.

—Seguro que solo eran delirios del tío, por tanto narcótico y alcohol en sangre —agregó mi hermana.

—O quizás sí era un fantasma —dije en un tono áspero.

— ¿Y si dejamos de hablar pavadas?

—No, nena, no son pavadas —espetó Marcia mirando muy fijo a Irene.

Para evitar una discusión, les dije que iba a empezar a limpiar la biblioteca. Irene alegó que ya había hecho más que suficiente y siguió tomando mate, en cambio Marcia me acompañó a dicha habitación.

Mi amiga se enamoró al instante de los libros, que a pesar de estar cubiertos de polvo, se veían soberbios en los estantes.

En el proceso de pasarles el plumero y un paño húmedo a los muebles, algo captó mi atención, era una vasija de arcilla y cuando la agarré, se me resbaló de las manos por culpa de Ringo, que soltó un maullido alarmante. Entre los restos de la vasija había una llave bastante grande y con cuidado la levanté.

— ¡Bingo! —exclamó Marcia y me la arrancó de las manos —. Deber ser la llave de alguna puerta secreta.

—Debe ser de las antiguas aberturas, ya no hay cerrojos así de grandes.

— ¿Estás segura?

—Conozco la casa.

— ¡Tengo una idea!

Esa mirada y la sonrisa maliciosa me dio mala espina, por eso no me sorprendió que hablara sobre invocar a los espíritus de la casa, a través del juego de la copa.

—Déjate de joder, Irene se va a enojar.

—Pero la casa es tuya y yo sé que a vos también te causa intriga.

—Ese juego es peligroso. Además no sé para que querés invocar espíritus, esto no es más que una llave vieja.

—Esta llave tiene una vibra especial, ¿no lo sentiste cuando la tocaste?

—No sé, nena, es un poco creepy.

—Vos, déjame a mí. Ya mismo lo llamo a Guille para que nos acompañe.

—Es una idea malísima.

— ¡No seas cobarde, Che!

Writober 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora