Mía es la venganza III

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El sonido del timbre me obligó a dejar lo que estaba haciendo y saliendo del sótano trabé la puerta. Max, mi viejo labrador, ladraba afónico, frente a la puerta principal y acercándome le hice unas caricias para tranquilizarlo.

Se trataba de mi amigo Joe, que venía para ayudarme con el último tramo del plan y lo invité a pasar. Él hizo algunas bromas sobre el atuendo y la máscara que usaba, más no le di importancia. Luego serví dos vasos con una medida de whisky y nos fuimos al sótano.

— ¡Mierda!, si que te pusiste creativa.

—El crédito le corresponde a quien pagó por el servicio.

— ¿Tan malo es lo que hizo?

Sin molestarme en responder, le entregué las fotografías que me dio la clienta, junto con los informes de las víctimas.

—Creo que te faltó un poco más de saña.

—Tendrá el resto de su vida para lamentarse y eso para mí es suficiente.

— ¿Logrará sobrevivir?

—Claro, me aseguré de eso.

—Bueno, hagamos esto de una vez.

Envolvimos al individuo en plástico y lo sacamos de la casa por la puerta trasera. Lo metimos en una camioneta adquirida para el trabajo y partimos hacia las afueras de la ciudad.

Joe condujo hasta las cercanías de una fábrica abandonada y nos detuvimos. Bajamos al infeliz y lo dejamos bajo un árbol que estaba bastante alejado. Después le envié un mensaje de texto a la clienta, para informarle que el trabajo estaba hecho.

Volvimos al bólido y Joe comenzó a rociar el combustible. Unos minutos más tarde ardía en llamas gloriosas y el humo negro, sumado a la explosión, bastaría para llamar la atención de los vecinos de la zona.

Esa misma noche busqué en la web, la página del diario local y encontré la noticia. La aparición de un empresario, importante de la ciudad, en una fábrica abandonada había causado un impacto en los ciudadanos, sobretodo por el estado en el que se encontraba. Sin embargo, el redactor de la nota hizo mayor hincapié en las fotografías de las víctimas, que se hallaban entre las pertenencias del empresario, junto con las pruebas que lo implicaban en cada uno de los delitos.

De pronto, escuché el sonido de un auto estacionando frente a la casa y Max, que estaba echado a mis pies, empezó a mover la cola. Abrí la puerta para recibir a mi amor, que regresaba a casa después de haberse ausentado por cuestiones familiares.

Me dio un beso y después acarició a Max que trataba de llamar su atención.

— ¿Tu mamá pudo solucionar su problema?

—Sí, está más tranquila y quiere que vayamos a pasar la navidad con ella.

—Qué alivio.

—Estoy muy feliz...

— ¿Y a qué se debe tanta dicha? —dije a pesar de conocer sus motivos.

— ¿Te acordás del tipo que denunciamos mil veces y nunca pudimos demostrar su culpabilidad?

—Emmm, sí, creo que sí.

—Bueno alguien le hizo lo mismo que él le hacía a los animales. La noticia circula en redes, ¿no lo viste?

—Todavía no —mentí —. Pero me alegra que haya recibido su merecido.

— ¿Quién habrá sido?

—Quizás se metió con la mascota de John Wick —la broma lo hizo reír.

—Estoy un poco más tranquilo, porque al menos uno recibió castigo, aunque esos sádicos abundan y los animales sufren, más que nada los callejeros.

—Ahora todos saben que hay alguien dispuesto a vengar a los sin voz. 

—Hay algo más, me llamaron del refugio para decirme que donaron muchísima plata y con eso vamos a poder comprar la comida, los medicamentos y todo lo que los animales necesiten.

—Te dije que eso se iba a solucionar.

—Me gustaría saber quién es para darle las gracias.

Ver su semblante iluminado por la felicidad, me llenó de paz y a pesar de todo lo que dicen sobre la venganza, sí tiene un gusto dulce, sobre todo cuando va de la mano de la justicia.

Writober 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora