Por la mañana, la casa todavía olía a humo y a pesar del incidente, los daños habían sido menores. Mientras limpiábamos la cocina, yo no podía sacarme de la cabeza lo que había contado la vecina. Se me encogía el corazón por todo el dolor que pasaron las personas, que sirvieron en la casona bajo el yugo opresor de mi tatarabuelo. Sumado a los castigos físicos y el hambre que pasaban, vivían hacinados en el sótano, que hasta entonces yo no sabía que existía. Esos hombres y mujeres, habían sido traídos desde las comunidades originarias, engañados con la promesa de una vida mejor en la ciudad, y seguramente algunos habían muerto en la casona. Quizás eran sus almas en pena las que provocaban el ruido de las cadenas, que el tío Ciro escuchaba.
— ¿Y en dónde estará el sótano? —dijo Marcia.
—No tengo idea.
—Hay que buscar en el patio, debe de haber algún tragaluz o una puerta de salida —propuso Guillermo.
En eso Ringo hizo acto de presencia, lo cual me dio alivio porque temía lo peor, y el muy sabandija comenzó a maullar, en el mismo lugar de siempre. Fue entonces que noté algo distinto. Gracias al incendio el papel tapiz se había consumido, dejando al descubierto los bordes de lo que parecía ser una puerta secreta. Les dije a mis amigos que se acercaran a ver y nos quedamos impresionados. Ahora entendía que Ringo había estado tratando de guiarme, lo cual no dejaba de ser impactante.
La puerta estaba cerrada bajo llave y cuando Guille dijo que iba a buscar una barra de metal, o algo para abrirla, recordé la llave en la vasija. No nos sorprendió que sirviera y una vez que la puerta se abrió, recibimos en nuestras caras el vaho pestilente que salió como un eructo infernal. Debido a que el lugar era estrecho, Guille insistió en que él buscaría la entrada al sótano y que luego nosotras bajaríamos.
Al abrir la compuerta de hierro, después del esfuerzo que suscitó romper el candado, bajó él primero para asegurarse de que la escalera fuera segura y después nos aventuramos Marcia y yo. Mi amiga a esas alturas lloraba como una Madalena porque decía que podía sentir el dolor de quienes estuvieron encerrados.
Cuando los haces de las linternas recorrieron el lugar, nos llevábamos una impresión tremenda al ver los restos humanos todavía encadenados. Marcia se quedó paralizada y Guillermo acercándose me dijo que debíamos llamar a la policía.
Estábamos a punto de irnos, cuando la luz de mi linterna se posó en un rincón. El esqueleto que estaba allí se veía distinto y me acerqué venciendo al pavor. Tenía un vestido de color claro y a diferencia de los otros, el cráneo conservaba parte de la cabellera. Estirando la mano, tomé la medalla que colgaba de su cuello y vi el nombre grabado.
Inesperadamente escuchamos voces y unos minutos después, mi tío Ricardo apareció acompañado por Horacio que cargaba un farol. De repente, un celular sonó y reconocí la canción de The Doors, que era la misma que escuchamos durante la noche. Se me heló la sangre cuando Ricardo sacó su móvil.
—Alicia no dejó a Ciro, vos la mataste, ¿no es así, tío?
— ¡Yo sabía que esta piba nos iba a traer problemas! —gritó Horacio.
— ¡Cállate, imbécil!
—No se muevan, estoy llamando a la policía —dijo Marcia con el celular en mano.
El tío Ricardo intentó negar todo ante las autoridades, pero la confesión de Horacio bastó para que fueran apresados.El repudio que parte de la familia nos mostró, hizo que papá pidiera el traslado. Por el contrario, le hice frente a la situación, porque a pesar de la tristeza, el hecho de saber que Alicia había recibido justicia, me permitía dormir tranquila. Era una sensación agridulce, pero podía vivir con eso. Además no estaba sola, tenía a mis amigos y a Ringo.
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Writober 2023
ParanormalRelatos de terror para disfrutar durante todo el mes de octubre 🎃