4. ¿Quieres fuego, bebé?

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Me puso de rodillas y me jaló del pelo.

Se bajó la bragueta y me relamí los labios.

"¿Segura que quieres hacerlo?"

"Segura de que lo necesito ahora" contesté extasiada ante la febril sensación de su contacto jalando mi cabello y el ansia de su piel contacto con la mía.

Le conocí en una fiesta hace tiempo, en una gira veraniega que hicimos con las chicas por París. ¿Cómo era posible que me lo encontrase ahora nuevamente? De hecho, no era que le recordase con mucha claridad ya que esa noche solo bailamos, nos llenamos de brillos, tomamos ácido y nos besamos bajo la intensidad de los efectos de las luces, el parpadeo de los flashes y la música poniendo a retumbar nuestras cabezas.

Luego nos apartamos, anduvimos por el aparcamiento, abrió la puerta de su auto y se quedó aquí de pie cubriéndose con la puerta como si al pasar alguien no se daría cuenta de lo que estaba sucediendo.

Ahora estaba delante de él, extasiada por concretar de una bendita vez esa mamada.

"Nunca antes había conocido a una italiana tan atractiva como tú" aseguró y, por algún motivo, esas palabras insulsas que jamás me llenaron en absoluto ahora me tenían en un espiral hipnótico que me condujo a sujetar su virilidad con una mano y la otra a explorar dentro de mi falda, corriendo mis bragas húmedas y a masturbarme mientras me comía el miembro viril más jodidamente delicioso que jamás había probado hasta el momento.

—¿Cata, eres tú?

Trago grueso y parpadeo tratando de despejar esa imagen de mi cabeza. No puede ser cierto, ¡es él!

¿Qué probabilidad hay de escapar al otro lado del océano y encontrarte fuera del campus, fumando, al chico que te tiraste hace unos meses en tus vacaciones con amigas dando una gira por Europa?

Tiene que ser una bendita broma.

Espero que esté confundido, pero se me agotan las esperanzas en cuanto le reconozco tras subir el cuerpo envuelto en una sábana a la camioneta de Paz. Espero no nos haya visto. Pero sí, se ha acercado a nosotras.

Mi amiga enciende el motor y los faros iluminan el frente del aparcamiento sumido en la espesura de la noche.

¿Cómo era su nombre?

—Eh... ¡Hola! ¿Qué haces aquí?—le suelto lo obvio y me detesto a mí misma por soltar una bobada así.

—Andaba fumando hierba y te vi con tus amigas. ¿Quieres?

—¿Me reconociste de lejos?

—Tenía mis dudas, creí que me confundí de flores, pero resulta que eras tú, ¿verdad? No te estaría confundiendo si no hubieses sido tan jodidamente genial.

Esboza una tensa risita.

Nina baja el vidrio y me grita:

—Nena, ¿nos vamos? Nos esperan, tenemos prisa.

—Nunca creí que te acordarías de mí—le digo, ignorando en parte el grito de mi amiga y me acomodo un mechón de cabello tras una oreja como si me estuviese halagando.

—Comunmente me olvido, pero de ti no me olvidé jamás. Busque a cuanta Catalina italiana me pude en redes sociales hasta que di contigo finalmente.

Entonces soy buena para hacer mamadas.

Me sonrojo.

—También me gustó—admito en cuanto recuerdo la manera en la que me dejé ir por mis propios dedos mientras sentía su propio semen escurriéndose entre mi lengua y mi paladar, directo caliente hacia mi garganta.

—¿Me pasas tu contacto? Así no les quito más tiempo—añade él, cediendo su móvil, pero no recuerdo su nombre. ¿Joan? ¿Joseph? Algo con J era.

Medio bíblico, creo. ¿José?

—Amiga, tenemos que marcharnos ahora—. Caridad se baja y viene en mi dirección.

Me toma de un brazo y me empuja.

—¿Te lastimaste?—le pregunta el chico con J a mi amiga.

—¿Qué?

El horror cala hondo en mí cuando los tres vemos la mano de ella, manchada con sangre de manera indiscutida.

—Mierda—farfullo.

—¿Estás bien? ¿Están yendo a un hospital?—me pregunta.

—Amigo, es pizza. Y estamos yendo a una orgía ruda donde no podemos llevar hombres, ahí hay suficiente testosterona ya.

Los tres nos volvemos hacia Caridad quien enseña un trozo en pizza en alto y hago un movimiento con mi boca para preguntarle "¿Qué carajos te sucede?" pero comprendo que sólo busca espantarlo.

—Wow, realmente están ocupada—añade J frente a mí.

Mi móvil vibra.

Miro.

Me llaman.

Es él.

Me mira y sonríe.

—¿Recuerdas mi nombre?—pregunta, ¿intentando ser amable conmigo?

—Claro que sí, Judas.

—Jude.

—Eso dije. Jude.

—Aunque no me desagrada Judas—. Suelta una carcajada breve que me resulta condenadamente seductora y Nina me arrastra hasta la camioneta.

—Debemos irnos—insiste.

—Que la pasen fenomenal—él nos saluda mientras subimos.

Bajo la ventanilla y, mientras él sigue fumando, se me viene a la cabeza el recuerdo de que estaba esperando a comprar agua en la fiesta de París, cuando se acercó a mí, me preguntó si tenía fuego, le dije que no, pero él sí tenía y me convidó un cigarrillo armado con flores y quedó en evidencia que solo buscaba llamar mi atención, pareciendo amable. Como ahora.

Realmente voy a escribirle porque...me gusta.

—¡Ellas tienen una orgía, yo volveré temprano!—le prometo mientras nos alejamos.

—¡Escríbeme!

—¡Lo haré!

Y desaparecemos en la carretera.

—Estás loca—me dice Caridad y me entrega el último trozo de pizza que hay en la caja—. Jodidamente loca.

GOOD GIRLSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora