16. Vuelta a casa

66 6 0
                                    


–¡Noooo! ¡El perro noooo!

Me duele muchísimo ver esa situación, también a Paz que está loca luego de ver a Caridad acuchillando al perro.

Vaya, no me esperaba eso.

Me acerco a mi amiga Caridad y le miro los brazos luego de que el perro intentara defenderse, solo tiene rasguñones.

–¿Te sientes bien?–le pregunto.

–Chicas, esto ya ha ido muy lejos–nos dice Nina, poniéndose de pie tras nosotras–. No podemos seguir huyendo de esa manera. Por si no se dieron cuenta, hay situaciones graves que tendremos que ocuparnos y esto me hace mal.

–No matamos a una persona, pero matamos a un perro. ¡Y eso es mucho peor! No puede ser–sigue llorando Paz.

–Será mejor que nos movamos, saquemos las biciletas si es el plan y nos larguemos de aquí para recoger la camioneta más tarde.

–Primero la policía debe llevarse a los que están a punto de morir por deshidratación o por hipotermia de la fiesta–comunica Nina y nos saca a todas del entumecimiento mientras nos movemos en dirección a las bicicletas que son más bien para niños, pero nos sientan bien.

Nos movilizamos calle abajo, escuchando a la policía pasar con cierta lejanía, sabiendo que puede que haya problemas severos luego.

Jude y sus amigos quedaron ahí cuando huimos, pero espero que se hayan salvado. La experiencia íntima con Jude aún me palpita en el cuerpo, la adrenalina de las drogas en mi sangre sigue siendo un caos y me siento totalmente descompuesta por culpa de estas. Pero no es una descompostura estomacal sino de mi cabeza, en lo químico, siento que mi cabeza es un vaivén de emociones que por momentos me dejan en la nada misma y luego me llevan a lo más alto.

Las drogas sintéticas son una mierda.

Todas las drogas lo son, pero estas que te llegan a la cabeza y te golpean duro cambian por completo tu cerebro, te afectan el sueño, los estados de ánimo. Los días posteriores que tu organismo lucha por eliminar sus efectos, puedes vivenciar aspectos raros y completamente impredecibles en que por momentos tienes unas ganas severas de llorar que parecen empujarte al subsuelo como la fuerza de gravedad más letal y luego te hace saltar a la deriva creyendo que eres la máster creadora del mundo entero y que tienes la capacidad de digitar con la fuerza divina cada aspecto de la realidad.

Puede suceder por qué no.

Sin hablar los efectos posteriores a esta fiesta en que nos metimos de todo y no sé exactamente qué es lo que me provoca una suerte de voracidad. Quiero comer muchísimo, pero por las primeras largas horas me cuesta horrores realmente dar con el sabor de los alimentos, los siento como un poco de césped pastoso y seco en la boca.

Mis chicas están iguales

Les recomiendo que podamos tomar jugos sin mucho dulce para evitar la deshidratación y que el azíucar nos siga comiendo los dientes luego de los dolores de mandíbula que nos genera haber estado presionando por todo ese rato.

Intercambiamos opiniones con las chicas cuando al día siguiente, por la noche, regresaos hasta la camioneta para buscar nuestro botín y descubrimos algo asombroso en cuanto la abrimos y damos cone todo tal cual lo dejamos.

–¿Qué rayos es esto?

–Creo que en algún momento yo lo saqué–advierte Nina.

–Sí, ya lo recuerdo, el idiota que me quería pegar–dice Paz.

Nos agachamos y tomamos el estuche que está lleno de cristales puros. Esta porquería vale una fortuna.

–Hay que pesarlo–les digo.

–Tengo una balanza pequeña, la saqué en otra fiesta a un vendedor de meta–. Paz es miuy astuta para robar, pero suele sacar cada cosa que una no sabe realmente en qué momento puede llegar a ser de utilidad.

–Si esto llega a trescientos gramos, creo que tenemos cincuenta mil dólares–les digo, notando que está muy interesante el objetivo–. Si lo cortamos un poco luego de picarlo, tendremos cien mil.

–Chicas, tenemos que ubicar quién es el que proveedor de ese idiota–añade Nina.

–Ni hablar, son violentos, esos no toman las drogas del amor–. Claramente Paz ha quedado con un poco de recelo tras haber estado al borde de ser descubierta.

Me vuelvo a ella en la camioneta y le hablo con severidad:

–Paz, ¿puedo confiar en ti?

–¿Qué clase de pregunta es esa?

–¿Puedo sí o no?

–Por supuesto que sí.

–¿Y tú confías en nosotras?

–Más que nadie del mundo entero.

–Bien. Entonces sabes que nos cubriremos las espaldas pase lo que pase.

–Cata, te quiero. Pero sabes que esa gente no es como la que vende MDMA, por un lado está lo que se consume vía oral, por otro más severo lo que es por la nariz y en último lugar los que son intravenosos.

–No vamos a andar vendiendo cristales. Solo queremos saber dónde se consigue y ofrecer a los chicos en las fiestas.

–¿Para robarles?

Me encojo de hombros.

–Amiga, ¿quieres vender molly pesada en la universidad?–. Nina me toma de un hombro y me obliga a mirarla.

Caridad sale en mi defensa:

–Tengo el contacto de la chica. La que besé. Cambiamos datos y creo que estaría dispuesta a llegar a algún acuerdo.

–Cuando sepa que le hemos robado nos va a matar con todo su grupo–le advierto.

–Tranquila, cielito. Tengo mis encantos.

Esto es realmente peligroso, pero lo que creía que quedaba a salvo ahora se vuelve mucho más complicado con esto de por medio.

Somos cuatro chicas que no tienen nada para perder.

Pero también tenemos una suerte de ángel de la guarda dispuesto a protegernos.

Una vez que ponemos en marcha la camioneta y metemos nuestro botín entre nuestras pertenencias, le marco a mi hermano y al principio se asusta luego de que le pedí encubrir el cuerpo de Bruce, pero esto lo altera aún más.

Él no quiere que yo esté metida en estas cosas, mis padres me reclaman de regreso en Italia, pero yo sé muy bien cuál es mi propio camino y estoy dispuesta a ser la mejor de las peores. Entre las chicas malas, yo debo ser la más buena de esa calaña.

Solo hay un punto débil que me hace sentir avergonzada, apenada, dolida y que pone en jaque cada uno de mis preceptos.

Un par de ojos cargados de cierta angelical manera de ser, un cuerpo escultural y un talento brutal para hacer el amor que me tiene loca.

Y ahora mismo me acaba de escribir.

"¿Vamos juntos a clases mañana?"

Ay, Jude...

Siento que no te merezco y eres un peligro para mí porque me haces querer cambiar y eso sí que sería un gravísimo error porque mi situación ya no tiene retorno.

¿Qué voy a hacer contigo?

GOOD GIRLSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora