¿Qué diferencia hay entre perder algo y que te lo roben cuando estuviste toda la noche fuera de tus cinco sentidos?
Ninguno en absoluto.
O sí, bueno, puede ser si te ves obligada a usar la fuerza para conseguir tus objetivos y es exactamente en lo que pienso mientras andamos en las bicicletas que sustrajimos, pedaleando calle abajo con la luz del amanecer iluminando nuestros cuerpos y el rastro de gotitas de sangre que vamos dejando sobre el asfalto.
Pensar que hace unas horas Jude estaba en la puerta de mi habitación con un sermón de adulaciones y un regalo muy especial para mí.
–¿Jude?
–Waaaaooo.
Adentro ponen música, o bien para que no se note que están intentando escuchar nuestra charla sino porque están debatiendo cómo esconder armas de contingencia en caso de que algo pueda salir mal en esta fiesta.
Dejo de lado el vaivén de canciones de Young Miko y me concentro en la belleza celestial que tengo delante.
Los ojos de Jude son tan claros que más que un océano parecen reflejar las aguas cristalinas de alguna playa artificial paradisíaca.
Me muerdo el labio inferior al descubrirlo con una chaqueta de jean rasgada y una musculosa debajo que deja ver un tatuaje enorme que me fascina. Es una mariposa que parece haber salido de algún cuento de terror, pero que le adorna de maravilla sus pectorales.
No puedo evitar contener la respiración al verle, de hecho debo recordarme a mí misma cómo es que debo respirar y dejar de presionar las piernas.
–¿Te...te sientes bien?–le pregunto, al notar que se ha quedado pasmado.
–Estás de maravilla, Caterina.
–Catalina. Cata está bien.
–Sí, Cata. Disculpa.
–El acento no es lo tuyo. Dime, ¿necesitas algo?–intento no caer en sus encantos y parpadea, espabilando y me sorprende a mí misma no tomarme su gesto como si fuese un baboso o un acosador.
–Sí, te traje un regalo. Y vine por ti, pero creo que ya quedaste en ir con tus chicas.
–Así es.
–Mis amigos también irán. ¿Quieren venirse con nosotros?
–Lo dudo, mis amigas y yo somos cuatro, ya estamos completas–. Lo último que deseo es terminar ofreciendo que se vengan con nosotras porque tenemos un arsenal completo para esconder en la camioneta en caso de que algo pueda salir de los planes.
–Comprendo, entonces te veo allá. Digo, las veo allá. Es decir, nos vemos todos allá. Sospecho que mis amigos y los tuyos se llevarán de maravilla.
–Solo somos cuatro chicas que llegaron del extranjero y no conocen a nadie en absoluto, pero me contenta que haya gente que aún se esfuerza por parecer amable.
–No intento "parecer", ¿okay? No soy amable con todo el mundo tampoco, pero tú me das confianza suficiente.
–No me conoces–le aseguro, entornando mis ojos clavados a los suyos de manera hipnótica–. Y yo a ti tampoco.
Judas se acerca a mí.
Huele a tabaco, huele a marihuana, huele a jabón de menta, a loción de después de afeitar a algún perfume caro propio de su naturaleza de chico rico.
–Eso es cierto. No nos conocemos lo suficiente aún, pero no quita de mi parte el deseo de querer conocerte, Cata.
–Al menos te aprendiste mi nombre.
Una comisura de sus labios se curva hacia arriba y esboza una sonrisa diabólica. Por todos los cielos, no puedo ocultar que realmente me tiene a mil con cada una de sus expresiones y cada aspecto suyo.
–Jude...–murmuro.
–¿Ves? Te aprendiste el mío también.
Más cerca.
Más intenso su aroma.
Más fuego dentro de mí.
–Sí, pero creo que no es buena idea que...
–Te traje un regalo.
Levanta la mano e interpone en la diminuta distancia entre los dos un abanico.
¿Qué? Sí. Es un abanico.
–¿Y esto?–le pregunto–. Aún recuerdo cuando los abanicos solo eran para las damas antiguas y nuestras bisabuelas.
–Hasta que se inventen los aires acondicionados personales que te eviten morir de un golpe de calor en una fiesta, Dios salve a los abanicos de defensa personal.
–¿Eh?
Lo dobla.
Me lo enseña.
Y lo dobla otra vez.
Todas las puntas del abanico al girarlo se unen y forman algo que podría ser fácilmente un picahielos con estilos.
–¡Es increíble!–digo, ahora sí recibiendo el arma.
Lo miro con atención, pruebo con desarmarlo y volverlo a armar. Pienso en la de veces que me hubiese venido en gracia defenderme con uno de estos o que me podría haber ayudado a sentirme segura en una fiesta.
–Dudo que vayas a matar a alguien con esto, pero si le picas la costilla a algún imbécil que intente sobrepasarse contigo, es muy probable que luego me lo agradezcas.
Me está regalando un arma, ¿qué me está queriendo decir?
Le miro con cierta suspicacia, aún sosteniendo el abanico en mi mano y le pregunto al respecto, no me termina de cuadrar el asunto:
–¿Me lo regalaste para picarle las costillas a los idiotas que bailan en trance en las fiestitas y no te dejan pasar cuando necesitas ir a buscar agua?
–No, precisamente. Lo de Bruce fue peligroso–. Se aparta de mí, aún cargando con una risita de suspicacia–. Y vi que tuvieron problemas con sus amigos, les recomiendo no meterse con esos chicos malos. Son la peor escoria de esta universidad. Te veo en la fiesta.
Me guiña un ojo y desaparece en el pasillo, sacando un porro del bolsillo de su chaqueta y encendiéndolo dejando una estela de humo tras de sí al andar.
El aroma a cannabis se me mete en las fosas nasales junto a la voz de Young Miko sonando de fondo que dice, casi como si fuese una advertencia del destino:
"Nena mala, problematic..."
Nada de esto hubiera sucedido si mi padre me hubiese dejado hacer mi propia vida. A mí a mis hermanos.
Si no se hubiese cargado a sus propios enemigos.
Si no nos hubiese a crecer con un arma apuntando al frente y otra a nuestras espaldas.
Mi padre jamás me dejó hacer mi vida y acá estoy, buscándome mis propios problemas, aprendiendo a defenderme yo sola.
Con mis amigas.
En cuatro bicicletas.
Papá jamás me hubiese dejado siquiera salir a la fiesta de esta noche, él no sabe que yo he aprendido a defenderme muy bien.
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GOOD GIRLS
Teen FictionCuatro chicas universitarias fingen ser de clase alta para filtrarse entre chicos ricos y hacerse de una fortuna, hasta que algo no sale como esperaban... Crueles, sanguinarias, seductoras, bienvenidxs a esta historia llena de mariposas, tantas que...