19. Pedido de auxilio

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Deciden movernos a la biblioteca porque hay mucho movimiento entre las clases y los interrogatorios por todas partes.

Nos hacen entrar y ellos se quedan en la puerta mientras los alumnos y el personal abandonan la sala de consulta.

Me encuentro sentada en un sofá, hojeando nerviosamente un libro (si leo un libro parezco una chica buena ¿verdad?). El ambiente está cargado de ansiedad, ya que se ha corrido el rumor de que la policía se ha puesto más severa con la desaparición de Bruce quien no da señales de vida y estoy segura de que no las dará tampoco.

—Cata, ¿por qué nos tienen acá?—me cuchichea Paz.

—Chisssst.

—¿Y si ya...?

—Paz—su nombre sale de mi boca como si pudiera morderlo.

Ella suspira y se deja caer hacia atrás en el sillón para luego volverse a la parte delantera del asiento.

De repente, se escuchan golpes en las puertas mientras las cierran y con Paz cambiamos miradas nerviosas, sintiendo que algo malo está por suceder.

El hombre policía, de unos treinta, aparentemente más joven que su colega, se ubica junto a la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho. Su mirada es penetrante, y su presencia parece destinada a intimidar. Su rostro muestra un ceño fruncido, como si ya hubiera formado una opinión antes de que abriera la boca.

—Catalina y Paz —murmura el oficial a cargo, mirando fijamente en nuestra dirección—. ¿Pueden explicarnos dónde estaban la noche del viernes pasado? —pregunta el segundo oficial, consultando un bloc de notas.

Inspiro con nerviosismo y soy la primera en hablar antes de que Paz meta la pata intentando responder.

Me desespera no haber podido llegar a un acuerdo con las chicas antes de hablar, aunque en teoría hay una tregua anterior.

—Estábamos en una fiesta fuera del campus —respondo con la voz temblorosa—. No vimos a Bruce después de eso.

—¿Después?

—Si, lo vimos en la fiesta.

—¿Pueden darnos detalles?

—Si ya los saben—les contesto lo obvio—. Saben que tuvimos problemas con él porque intentó llevarse a mi amiga por la fuerza y solo la defendimos.

La agente se vuelve a ella:

—¿Puede contarnos cómo fue eso?

Paz, por Dios te lo pido, no metas la pata.

—Yo no quería bailar con él. Tiene fama de que droga a las chicas y se las lleva... Me quería dar un agua sucia.

—¿De qué color o cómo era eso?

La mujer policía, de unos cuarenta años, tiene el cabello corto y oscuro que enmarca un rostro serio y concentrado, evidenciando que tiene serias sospechas hacia nosotras. Sus ojos, de un azul intenso, escudriñan cada reacción mía, buscando cualquier indicio de nerviosismo o culpabilidad. Viste el uniforme de la policía con una seriedad que hace que la atmósfera en la biblioteca sea aún más opresiva.

—Era burundanga—contesta finalmente Paz—. Todos saben que Bruce le da burundanga a las chicas.

Los agentes se miran.

Parece ser que ya lo sabían.

El hombre policía, desde su posición junto a la puerta, emite un suspiro audible como si estuviera aburrido de escuchar historias similares. Su actitud impasible me desconcierta, ya que no puedo discernir si está simplemente siguiendo el protocolo o si realmente duda de mi testimonio.

—Oficiales—incorporo mis codos sobre las rodillas—. No tengo idea de qué pasó luego de que salvamos a mi amiga de ese tipo, pero que había muchas chicas que podrían haber tomado represalias, las hay. Y espero que ese hijo de puta no vuelva a tocar a ninguna otra.

La mujer se vuelve a nosotras y advierte:

—Hasta ahora solo ustedes dos y sus amigas han confesado lo de la burundanga. Nadie más acusa saber que Bruce hacía realmente eso.

Carajo.

Carajo, carajo, carajo.

—¿Qué?—murmuro, tensa—. Seguramente nadie más confesó por miedo, los amigos de Bruce siguen allá afuera.

—No hay más pruebas ni confesiones—advierte el hombre.

—¿Estamos presas, entonces? ¿Quedamos detenidas? —Paz habla y realmente tengo ganas de taparle la boca con mi mano.

—No, pero...

—No vamos a hablar más nada si nos van a meter en problemas—les corto—. Vamos a buscar abogados, porque no me gusta cómo viene el asunto.

—Solo son unas preguntas—añade el hombre.

—Preguntas que nos van a meter en problemas. Que paguen los que realmente tienen que pagar, incluidos los amigos de Bruce si eran cómplices de lo que él hacía.

—Ellos nos señalan a nosotras, ¿verdad?—pregunta Paz.

Ambos cruzan una mirada y se ponen de pie.

—Bien. Recibirán pronto una citación formal.

La tensión me pone a sudar con la gota gorda.

—Señoritas—saludan ellos y se van.

Paz me mira, tensa.

—¿Qué vamos a hacer?

Inspiro profundamente.

Ya sé qué tenemos que hacer, aunque puede que nos cueste horrores la situación.

Massimo.

Tengo que hablarle y seguramente él tendrá que pedir ayuda a papá, lo cual hará que todo este juego de las escapistas se nos termine.

¡Mierda!

GOOD GIRLSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora