Mi nueva realidad

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Durante varias semanas, asistí a las consultas con Claris como un paciente más, pero el problema era que cada vez me gustaba más acudir a esas citas. Cada tarde, al llegar, sentía una chispa de felicidad que me preocupaba. Esperaba con ansias cada consulta me había vuelto adicto al sonido de sus tacones. En cada cita, descubría nuevos lunares que no había notado antes en su cuello y en sus brazos. El aroma de su perfume se quedaba conmigo todo el día. Me convertí en un observador atento, notando detalles que inicialmente pasaban desapercibidos, como el hecho de que cada día antes de recibirme, ella solía tomar té de frutos rojos y aplicarse crema en las manos. Yo no podía estar seguro de si Claris se enamoraría de mí, pero algo era innegable: ya yo no podía concebir mis semanas sin al menos verla una vez, y me negaba a perderme el dulce sonido de su risa.

Fueron muchas citas, muchas semanas una tras otras, ella no se había enamorado de mí aun, sin embargo, sé que le agrado y que en cada una lograba acércame más a ella. En una de las consultas hablamos del duelo

—Y ya que hablamos del duelo ¿Qué te hace estar en duelo aun Jonathan?

—Esto me hace estar en duelo todos los días, le dije corriendo las mangas de mi camisa dejando que ella viera las heridas de mis muñecas

—¿Y qué te llevo a eso?

—Muchas cosas odio, tristeza, desesperación era una escapatoria. Y se Claris que hubiera hecho algo mas antes de atentar contra mi propia vida, pero me equivoque y no puedo regresar el tiempo lucho con esto día a día.

Eran muchas citas las que teníamos, pero esa fue especial Claris no se salía de su arma de psicología tan analítica y conservadora pero esa tarde fue diferente yo tenía mi corazón afuera de mi pecho y ella básicamente lo tomo en sus manos.

Estábamos ambos en un sillón grande, a menos de un metro de distancia de tal forma podía sujetarme la mano sin problema y eso paso.

—¿Y puedes decirme hace cuánto sucedió esto? Porque no lo habíamos hablado.

—hace muy poco, confesé con la mirada baja

—¿y has sentido ganas de volverlo a hacer? me dijo con una suave y tierna voz buscando mis ojos

—desde que te conocí no, le dije viéndola profundamente a sus ojos que antes buscaban los míos.

Claris tomó mi muñeca y pasó su dedo suavemente por las cicatrices haciendo la forma de cada una.

—ahora estás a salvo, me dijo con los ojos más lindos que he visto en toda mi vida en ellos pude ver el universo, mi universo.

Después de ese momento ella trató de reincorporarse a la misma Claris pero yo sabía que no podía algo había pasado en ese momento y no podíamos ocultarlo, durante las primeras citas fue algo normal como un paciente y su psicóloga pero empecé a esforzarme más era un poco difícil ya que durante la consulta ella era muy profesional y más después de nuestro breve momento. Yo por mi parte me las ingenie y empecé a pedirle citas al final de la tarde para que Mara no estuviera así ella tendría que agendarme las próximas citas y en esos pequeños instantes aprovechaba para que viera al hombre y no al paciente, de algo estaba seguro y era que si sentía cierta atracción por mí ya que cada semana al agendarme la cita mientras yo le preguntaba por su película o libro favorito ella sonreía nerviosa y cuando le hablaba de lo linda que se veía se mordía el labio y no me veía a los ojos como lo hacía en la consulta.

Claris siempre intento poner una barrera profesional entre nosotros esto lo hacía aún más difícil, existían momentos donde ella se olvidaba de su barrera y me coqueteaba, pero luego recordaba la relación y volvía hacer la misma, muchas veces me quise dar por vencido otras veces lo intentaba todo, pedía dos citas a la semana o una cada dos semanas era inconstante sobre todo cuando sentía que no lograba avance.

Estimada Claris OlsenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora