Recuerdos

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Hoy no es una buena noche, ni siquiera un buen momento para morir. Dejé una cena importante sin atender, una cita que nunca hubiera dejado pasar. Mi teléfono se llena de llamadas perdidas, todas ellas indicando la urgencia de mi presencia, pero ¿qué podía pasar? Si a partir de hoy, ya no estaré presente en ninguna otra cena. En esta noche particularmente fría, me encuentro perdido en mis pensamientos, mi poderosa mente que se ocupa de mi sin yo pedírselo abiertamente y me empuja a un recuerdo justo a la tarde fría de Mayo de hace muchos años atrás: aun hoy cierro los ojos y puedo sentir la brisa fría jugando en mis mejillas, los adoquines aun con charcos de agua reposaban la gran tormenta, la neblina traspasaba el gran portón de hierro mientras los muros agradecían que cesara la lluvia, el olor a tierra mojada invitaba a los adultos a tomar café y a los más jovencitos a jugar con las gotas de agua que resbalaban de sus paraguas, los pajaritos empezaban a asomarse cautelosamente por los árboles y el frio soplaba fuerte haciendo juntar mis rodillas.

Mi vista enfocaba la ventana de casa esperando que Lucí no me reprendiera por no usar mis pantalones largos, movía mis ojos de un lado al otro observando todos los extremos de la ventana hasta que sin esperarlo mi enfoque fue interrumpido por el sonido de un balón pegando contra la suela de mi zapato y puedo sin ningún esfuerzo recordar perfectamente su voz donde me salvaba por primera vez, la primera vez de muchas:

¿Quieres jugar al balón?

Estaba frente a mí un niño probablemente de mí misma edad, con cabello rubio, piel blanca como el algodón, sus ojos eran muy profundos color café, traía puestos unos pantaloncillos cortos, sus mejillas pintaban un color rosa, estaba invitándome a jugar para que yo abandonara la esquina.

Me puse de pie de un salto sin dudar, puse mi gorrita de tela en la acera mientras golpeaba el balón, sus calcetines estaban negros de barro al igual que sus uñas, su sonrisa era graciosa y despreocupada. El viento fuerte poco a poco desapareció entre las grandes casas del residencial mientras el hacia bailes con sus manos cuando imaginaba que era un jugador de las grandes ligas, el balón se movía de lado a lado y mi nuevo amigo cada vez que pasaba por los charcos brincaba sobre ellos levantando el agua reposada lo cual formaba más barro en sus piernas yo rápidamente seguí sus pasos y mis calcetines lo hacían notar.

William, pero me puedes decir Will así me dice mamá, me dijo con una voz agitada de correr

El niño rubio ya tenía un nombre, William, ya no era un desconocido

Jonathan, Le dije ya él me había dicho su nombre así que no titubee en darle el mío,

Si lo sé vivo al frente de ti, dijo rápidamente

Al parecer él sabía mucho de mí

¿Y a ti como te dice tu mamá? me pregunto levantado su ceja izquierda

No entendí su pregunta, así que le respondí sin dejar de verlo a sus grandes ojos

Solo Jonathan, recordándole que era mi nombre

El sonrío sin comprender mi respuesta, yo me encontraba enormemente feliz, los latidos de mi corazón me delataban, mientras un gol el hizo en mi marco de 2 piedras acompañado de una celebración con las manos extendidas como si fuera a volar. Ese jueves frio de invierno cambio para siempre mi vida, ese día mi soledad se desvaneció, después de ese momento, cada tarde me asomaba por la gran ventana de pino para ver si tenía la suerte de ver su pelo rubio correr frente a casa hasta que un día dejé de asomarme por la ventana ya que su voz llegaba hasta allá cuando con un largo grito me buscaba para convertirnos cada día en amigos, pero no cualquier tipo de amigos si no los mejores amigos. Cuanta suerte tuve de estar huyendo esa tarde y haberme sentado en esa esquina, ese día ni siquiera imaginaba que sería un gran evento para toda la vida.

Estimada Claris OlsenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora