La metafora

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Ese fue mi tercer y último disparo Jonathan ahora si tiene un motivo que lo hará regresar.

Jonathan

Tengo varias semanas, diciéndole a Will que debo de volver, desde que Claris tomó la decisión de llevárselo a casa. Sabía que la situación no estaba bien y sentí la necesidad de estar allí tanto para apoyar a Will como para enfrentar la situación con Claris.

Finalmente, una mañana, tome la decisión de informarle que regresaría. Aunque él me pidió unos días más, intenté explicarle mi deseo de estar a su lado. Sin embargo, estaba sumido en un sueño junto a mi esposa y me suplicaba unos días más. A pesar de sus peticiones yo ya estaba decidido. Sin decirle nada más, planeé llegar sin aviso previo, pero todo cambió inesperadamente cuando recibí una llamada.

Escuchaba el llanto doloroso de Lucy por teléfono y empecé a sentir que la poca vida que me quedaba se estaba desmoronando.

—Jonathan debes venir, William se puso mal, Claris está con él en el hospital, no sabemos qué va a pasar.

Conseguí un boleto para el día siguiente. Mientras iba en el avión, mi único deseo era llegar a tiempo, quería verlo con vida. También pensaba en Claris; No sabía cómo enfrentarla después de tanto tiempo.

Durante nuestra conversación esa mañana, escuche un sonido en el teléfono, como si alguien nos estuviera escuchando. Sé que Will no se percató, pero yo reconocí ese sonido; es la característica del teléfono de mi casa, o lo que solía ser mi hogar. La idea de que pueda ser ella quien nos estaba escuchando me llenó de desesperación.

Cuando llegué al hospital, lo primero que hice fue buscar a Gustavo.

—Jonathan, hermano —me dijo mientras nos saludábamos con un abrazo.

—Hola, Gustavo, qué gusto verte.

—El gusto es mío, Jonathan. Vamos —dijo haciendo una seña para que lo acompañara.

Me llevó hasta un consultorio y, después de buscar las palabras más empáticas, habló:

—Jonathan, estamos frente a un edema pulmonar que está haciendo un juego terrible con el cáncer. Necesito ser sincero contigo. Quiero que sepas con qué nos enfrentamos.

—Sinceridad total, Gus.

—Días, horas.

Respiré, tratando de reponerme de lo que acababa de decir.

—Jonathan, hay pacientes que se levantan de esto y duran cinco meses más, pero hay otros que caen en cama para no levantarse más. puso su mano en mi hombro. —He sido su médico durante todo este tiempo, y debo decirte que, ante todo pronóstico, vi a Will muy bien en los últimos meses. Como le dije a Claris, hemos sido muy afortunados, pero él ya está cansado.

¿Quieres verlo o necesitas unos minutos?

—No, estoy bien. Quiero verlo ahora.

Nos dirigimos hasta el cuarto; Sentí mi corazón acelerado con el solo pensar de verlo a él y Claris. Al llegar a la puerta del cuarto, Gustavo me dijo:

—Claris no está. Antes de verte a ti, la vi a ella en la cafetería. Necesita descansar; no se ha movido de acá. En algún momento, el café le pasará factura.

—Yo me encargo de eso —le dije para tranquilizarlo, aunque mi mente lo ultimo que recordaba es que mi esposa no toma café.

Lo encontré, al niño que me salvó, en una cama muriendo, conectado a máquinas, respirando casi ahogado. Y yo no podía hacer nada para salvarlo. Estaba frente a él después de tantos meses, después de saber que le hizo el amor a mi esposa, que se ganó su corazón y confianza. No se veía como mi Will, estaba muy delgado y pálido.

Estimada Claris OlsenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora