Hace cien años, Douma lo perdió todo: a su esposa, a su calma, a la única persona capaz de verlo más allá del demonio que es. Desde entonces, solo sus hijos -Kanae, Akaza, Koharu y Kanao con
Inosuke- lo han mantenido en pie... aunque ni ellos logran...
Un día soleado, mientras los niños iban a la escuela y los adultos comenzaban su jornada, Douma conducía con la mirada perdida, los dedos tamborileando contra el volante. Iba en silencio, dejando a sus hijos frente al colegio.
Douma:Pórtense bien. Recuerden que Yushiro los recogerá, estaré ocupado.
Los observó entrar al edificio escolar antes de dejar escapar un suspiro. Cerró los ojos brevemente, sintiendo que nadie entendía su dolor. Nadie lo notaba.
Sacó las llaves del auto y comenzó a caminar, distraído.
???:¡¡¡ABRAN PASO!!!
Douma chocó con alguien, logrando atraparla antes de que cayera al suelo. Al abrir los ojos, la reconoció.
Mujer:¡Inosuke, ten más cuidado hijo! -Disculpe, ¿está bien?
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Douma:S-sí, estoy bien, no se preocupe -dijo, sonriendo.
Kotoha:Me alegra... -respondió mientras tomaba a Inosuke de la mano-. Hijo, por favor, discúlpate con el señor.
Inosuke (cruzado de brazos):Lo siento...
Douma (riendo suavemente):No es necesario...
Ambos adultos compartieron una sonrisa tranquila.
Kotoha:Bueno cariño, ve a clases. Y por favor, ¡no causes problemas! -dijo entre risas.
Douma la miró unos segundos. Algo en ella le parecía familiar... rota, tal vez.