Hace cien años, Douma lo perdió todo: a su esposa, a su calma, a la única persona capaz de verlo más allá del demonio que es. Desde entonces, solo sus hijos -Kanae, Akaza, Koharu y Kanao con
Inosuke- lo han mantenido en pie... aunque ni ellos logran...
Shinobu caminaba acelerando el paso, sus ojos escrutaban cada auto con ansiedad, como si de encontrar el vehículo de Sanemi dependiera su tranquilidad. El viento frío movía los cabellos que se escapaban de su coleta, y el sol bajaba rápido, tiñendo todo de naranja y sombras alargadas.
De repente, sintió unos pasos tras ella. Un escalofrío le recorrió la espalda. Sin volverse, comenzó a caminar más rápido, casi a correr. Pero los pasos se aceleraron también.
Cuando se detuvo abruptamente para voltear, la visión del hombre alto y elegante frente a ella la paralizó. Su corazón golpeaba tan fuerte que casi parecía escucharse.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Las pupilas se le dilataron, la respiración se le hizo corta. Retrocedió hasta perder el equilibrio y caer de espaldas, instintivamente cubriéndose el rostro mientras un grito ahogado escapaba de sus labios.
Douma (acercándose despacio, con voz suave y melosa, casi un susurro):Oye Tranquila, por favor... No pretendía asustarte. Solo estoy buscando a mis hijos. ¿Los has visto por aquí?
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Extendió su mano con una sonrisa que parecía cálida, pero sus ojos tenían un brillo inquietante, casi predatorio. Shinobu no podía dejar de mirarlos con miedo.
De pronto, una voz firme y cortante retumbó en el aire:
Sanemi (gritando, como un disparo): -¡KOCHO!
El eco se extendió por el estacionamiento vacío.
Sanemi (con voz dura, sin apartar la mirada de Douma):¿No te enseñaron a no hablar con desconocidos? Vete ya. Ahora mismo. Ve a buscar a tu hermana y quédate con ella. Yo me encargo de este hombre.
Shinobu, todavía temblando, se incorporó y asintió, casi sin poder creer que alguien la protegerá... Otra vez.
Douma sonrió, pero ya sin esa falsa amabilidad.
Douma (con voz baja y peligrosa):Muy educado, pero mis hijos me esperan. No tardarán en salir.
Sanemi (frunciendo el ceño):Esto es propiedad privada de la escuela. No tienes permiso para estar aquí. Te recomiendo irte antes de que esto se ponga feo.