Vampire

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Esa mañana cuando Noah me recogió estaba más serio que nunca, tan solo me había dedicado una sonrisa forzada al sentarme a su lado en el coche. Supuse que era de lo concentrado que estaba pero no me atreví a preguntarle porque hasta a mí me asustaba la fuerza con la que agarraba el volante y tensaba la mandíbula aunque he de decir que las vistas no eran nada malas.

Aparcó el coche frente al edificio donde se realizaban las pruebas. Antes de bajarse, Noah apoyó las manos en su regazo y respiró lentamente tratando de tranquilizarse, puse una mano sobre la suya y le acaricié los nudillos. Apoyé la cabeza sobre su hombro y cerré los ojos en un intento de trasmitirle tranquilidad, finalmente me estiré para darle un beso pero justo se apartó, abrió la puerta y salió.

Le seguí hasta el interior del establecimiento casi corriendo ya que sus pasos eran el doble de los míos. No entendía su actitud tan distante, comprendía que podía estar nervioso pero yo solo estaba intentando ayudarle, no tenía razón alguna para pagarlo conmigo.

Casi lo tuve que obligar a darme un abrazo de lo sumido que estaba en sus pensamientos.

—Todo va a salir bien —le susurré al oído—, mucha suerte vampirito.

—Gracias, Remy.

Me dirigí a la sala contigua, donde me habían indicado los seguratas que podía esperar y me senté. A través de la puerta entreabierta del baño pude apreciar una cabellera pelirroja que estaba casi segura de que pertenecía a Amelia aunque no me había dicho nada de que iba a estar allí, así que fui para lavarme las manos.

Cuando abrí la puerta del todo me encontré con el reflejo de una Amelia con el rímel corrido bajo los ojos marrones y las mejillas sonrojadas de llorar. Cruzamos miradas a través del espejo y las lágrimas volvieron a sus ojos al verme. Se giró para responder a mi abrazo y me apretó fuerte contra su pecho, pude sentir cómo se derrumbaba de nuevo sobre mi hombro.

—Eh, tranquila, estoy aquí. ¿Qué ha ocurrido? —le dije cuando se separó se mi y se enjuagó las lágrimas.

—Ya no puedo aguantarlo más —comenzó con la voz rota antes de volver a estallar en llanto.

—¿El qué? —pregunté con voz relajada mientras la conducía a uno de los baños para que se sentase sobre la tapa del inodoro. Cerré la puerta detrás de nosotras para que nadie nos escuchase y ella pudiese contármelo tranquilamente.

—Es Dareck... Yo ya sabía que iba a pasar esto cuando empezamos, ¿por qué me tuve que enamorar de él?

—¿Qué es? —la insté a que continuase al ver que no seguía hablando.

—Verás —prosiguió ya relajada, como si me fuese a contar el cotilleo de su vida—, resulta que Dareck es un capullo y cuando le conocí también —sonrió amargamente— pero yo estaba convencida de que podía cambiarlo porque me negaba a pensar que me había enamorado de alguien sin empatía que ni siquiera se planteaba no ser el centro del mundo. 

Pero no cambió y al principio solo tenía ojos para mí, solo me trataba bien a mí y eso lo veía perfecto, como si estuviese viviendo la historia de algún libro como los que me gustaba leer; pero lleva ya un tiempo que yo tampoco soy nadie, tan solo un personaje secundario de su perfecta vida que ni siquiera merecía su cariño y atención. Pero yo soy mucho más que eso y me duele pensar que le quería, que por mucho que lo niegue le sigo queriendo y eso solo hace que duela más y a pesar de todo sé que él me sigue queriendo.

La abracé de nuevo tras escuchar la historia para que no viese como casi se me saltan las lágrimas a mí también.

—Tienes razón, no te merece ni en esta vida ni en cien más. Vámonos.

Qué bonita coincidenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora