El restaurante de la amargura

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—¡Venga Leonore, llevas más de una hora preparándote! —chilló mi madre mientras yo correteaba de un lado a otro intentando encontrar los zapatos que me quería poner—.  Los tíos ya nos están esperando en el portal. ¿Por qué siempre tienes que ir tarde?

—Porque he salido a ti. Y soy un poco más desordenada. —murmuré sujetando una goma de pelo con la boca.

Estaba intentando hacerme una coleta por tercera vez. Me daba vergüenza llevarlo suelto teniéndolo así de despeinado. Ya me dolían los brazos y estaba estresada; mi madre gritando no ayudaba, precisamente.

Al final desistí y me acomodé como pude el pelo con los dedos. Salí corriendo por el pasillo para coger el móvil de mi habitación y volver donde estaba mi madre en el recibidor, tropezando antes con la alfombra, claro.

—¿Vas a ir así? —me preguntó—. ¡Hay diecisiete grados!

Me miré al espejo, yo no veía ningún problema. Llevaba una camiseta corta ajustada con las mangas un poco por debajo de los hombros y unos pantalones largos.

—¡Ahg, mamá! —Volví a mi habitación de mala gana y cogí una chaqueta fina que ni siquiera me gustaba.

Efectivamente, cuando bajamos mis tíos nos esperaban agobiados en la calle. Se ve que hemos quedado con ellos para ir a cenar a un restaurante cualquiera, todavía no entiendo muy bien por qué. 

No, no tenía ni una pizca de ganas de ir, por si no se había notado.

—Voy a tardar yo lo mismo cuando sea algo que te haga ilusión. —me espetó mi tío. Yo esbocé una sonrisa irónica en respuesta.

Fuimos en coche, ya que estaba lejos (cosa que tampoco entendía porque ese restaurante no tenía nada de especial y había muchos muy cerca de casa). Cuando llegamos nos sentamos en una mesa alta y pedimos unas bebidas. Yo estaba un poco perdida en la conversación e intentaba incluirme siempre que podía para no aburrirme demasiado pero la mayoría del tiempo estaba callada mirándoles conversar o moviendo mi comida con el tenedor.

Normalmente soy bastante extrovertida y alegre con todo el mundo, pero con mi familia era distinto, siempre lo había sido. No entendía muy bien por qué.

Finalmente opté por examinar el resto del restaurante, buscando una vida más interesante que la mía. Mis ojos terminaron sobre una familia que charlaba alegremente dos mesas más allá. Dos padres, una abuela y... un chico, más o menos de mi edad que me estaba mirando sonriente mientras le pasaba un brazo por los hombros a su abuela, que estaba sentada a su lado. Yo también le sonreí pero él tuvo que apartar la mirada porque quien parecía ser su padre le estaba preguntando algo sobre su comida.

Desde ese momento intercambiamos más miradas y sonrisas durante la cena. Le descubrí mirándome embobado en alguna ocasión y él también a mí. Ya no me parecía tan mala idea haber salido a cenar.

Era guapo, he de admitir. Tenía el pelo moreno, peinado hacia delante con algún rizo y la parte trasera corta. Desde lo que podía ver desde allí, tenía los ojos marrones y la mandíbula marcada. Llevaba una camisa blanca con el primer botón desabrochado y unos pantalones negros.

En ese momento me avergoncé más de mi pelo revuelto.

—Bueno... ¿nos vamos? —La voz de mi tía me sacó de mis pensamientos.

Entonces nos levantamos, nos pusimos la chaqueta y salimos por la puerta.

Antes de cerrar la puerta detrás de mí, miré por última vez a mi chico misterioso que seguía conversando alegremente con su familia. Como si sintiera mi mirada en su nuca giró la cabeza, me sonrió y se despidió moviendo la mano bajo la mesa.

El trayecto de vuelta fue similar a la situación del restaurante, ellos hablaban y yo me hacía pequeñita en mi asiento, como si no existiera.

La única persona que de vez en cuando me miraba era mi madre que despegaba la vista de la carretera y la apoyaba en mi por el espejo y me sonreía para intentar animarme pero no era muy útil.

Yo estaba muy ocupada pensando en mi chico misterioso. Debería haberme acercado a él para hablar aunque luego mis tíos me hubiesen hecho las típicas bromas de cena de Navidad.

¿Cómo se llamaría? Le pegaba Adan o... Garrett, no. No sé. 

¿Cuántos años tendría? Parecía de dos años o tres mayor que yo pero igual era diez años mayor o así y se hechaba crema antiarrugas para tener la piel más joven.

Cuando llegamos a mi casa me despedí de mis tíos con un par de besos y subí con mi madre a casa. Prefirió no preguntar por qué había estado tan ausente todo el tiempo. En realidad ya sabía la respuesta: me siento fuera de lugar con los adultos, sobre todo si ignoran mi presencia.

Bueno, esta vez no había sido solo por eso.

Tras ponerme el pijama, desmaquillarme y lavarme los dientes, me metí en la cama y cogí el móvil.

Lo primero que vi fue un mensaje de Ivy, mi mejor amiga, o eso creía. Me decía que alguien del curso hacía una fiesta al día siguiente en su casa. Acepté encantada, había que compensar el aburrimiento de esta noche.

 Después de un rato, dejé mi móvil en la mesilla junto a mi cama, me tumbé de lado y me dormí. Obviamente sin antes pensar en cierto chico que llevaba en mi cabeza unas cuantas horas.

¿Qué me está pasando? ¡Si tengo novio, no debería pensar eso!

Qué bonita coincidenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora