(Im) perfect

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En cuanto traspasamos el umbral de la puerta el frío golpeó cada célula de mi piel descubierta e inconscientemente me abracé a mi misma para intentar entrar en calor. Cuando Ethan me vio se quitó la chaqueta, quedándose solo con una camiseta negra de manga corta, y me la tendió pero yo la acepté dejando atrás mi orgullo para que no me diese una hipotermia.

Esta vez no nos sentamos, simplemente nos quedamos en pie uno frente al otro. Él suspiraba continuamente en un intento de relajarse y no hacer ninguna tontería, en ese momento me percaté del peligro que corría aunque una parte de mí, la que me obligaba a quedarme allí con él, seguía confiando en Ethan y todavía veía al chico bueno del que me enamoré hace lo que parece que fueron siglos.

—Escúchame, Leonore —Apreté los labios al escuchar ese nombre. Él me sujetó con la mano en mi hombro tal vez más fuerte de lo necesario—. No voy a permitir que me humilles de nuevo de esa forma y...

Mientras decía eso se me escapó una carcajada abierta que no pude contener. El cubata se me estaba empezando a subir, muy oportuno. Ethan frunció aún más en ceño si era posible y me sostenía la mirada con la mandíbula apretada, furioso. Yo tan solo pude pensar que estaba muy mono.

—¿Qué es tan gracioso ahora? —preguntó resoplando lo más relajado que pudo.

—Nada, nada —dije tratando de aguantarme la risa aunque era incapaz—. Continúe, por favor —bromeé.

Él miró hacia un lado y respiró profundamente sabiendo que por mucho que quisiera no se podía permitir agredirme de nuevo.

—Lo que te iba diciendo... No voy a permitir que vuelvas a humillarme así delante de todo el mundo —Yo estaba chillando por dentro, ¡había conseguido avergonzarlo!—. La próxima vez me importa una mierda que puedas denunciarme, sé que no lo harás, eres demasiado débil para cargar el resto de tu vida con que haya estado en la cárcel, porque sí, cariño —Ahora yo también lo miraba enfurecida por el apodo—, sería culpa tuya.

—Madre mía, qué ingenuo eres. ¿No te das cuenta de que ya no me importas? Si te puse una denuncia una vez soy perfectamente capaz de ponerte otra, y yo encantada de que pienses en lo que has hecho los seis meses de cárcel. Y así ojalá no le hagas lo mismo a nadie más.

Soltó una risa amarga para después decir:

—¿Que ya no te importo? Sigue intentando convencerte a ti misma.

—¿A qué te refieres? —pregunté enfadada con las lágrimas a punto de derramarse sobre mis mejillas, era incapaz de discutir sin llorar.

—Vamos, Leo... He visto como me miras...

—Te miro así porque sigo intentando negar que me enamoré de una persona así y sigo tratando de ver al chico que conocí en clase de biología hace dos años, que no eres tan malo, que todo lo que ha pasado ha sido solo un sueño —contesté con la voz entrecortada al llorar tratando de dejar su ego por los suelos de una vez.

—¿Entonces cómo explicas que se te acelere el corazón tan solo con verme? ¿Tan solo al ver mi sonrisa?

—Es por miedo, idiota —dije empujándolo por el pecho tratando de descargar toda mi rabia en quien se lo merecía. Aunque también tenía algo de razón por mucho que me costase admitirlo: no era capaz de dejar de lado todos los buenos momentos juntos, supongo que por eso me costó tanto denunciarlo, seguí creyendo que podía cambiar, que nunca había sido malo cuando realmente siempre lo había sido y yo lo confundía con amor. Él nunca sería cualquiera ante mis ojos.

—¿Así que me tienes miedo? —afirmó con una sonrisa orgullosa que me habría gustado borrarle de un puñetazo—. Está bien saberlo.

—Vete a la mierda.

Qué bonita coincidenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora