Teenage dream (epílogo)

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Habían pasado dos semanas y todavía estaba un poco afectada aunque me obligaba a ser productiva porque no podía dejar que mi vida o mi felicidad se paralizasen por una estupidez como esa.

No le había hablado a nadie de mi sueño, sabía de sobra que me iban a tratar como si estuviese loca.

Él era mi secreto. Mi precioso secreto.

Lo único que había dicho fue a Ethan cuando me preguntó la razón por la que estaba cortando con él.

He tenido un sueño y me he dado cuenta de que merezco algo mucho mejor, le dije.

Y (no me extraña) se empezó a reír.

Pero antes de que pudiera echarme algo en cara me di la vuelta y salí de su apartamento con un portazo. Como le bloqueé de todos lados no volvimos a hablar desde entonces.

Ese día no tenía nada que hacer así que decidí darme un capricho y salir a desayunar a una cafetería mientras observaba a la gente pasar.

Fui a una que me encantaba, junto a un parque lleno de flores, y me senté sola en una mesa pequeña de la terraza. Al poco, se acercó un camarero cubierto por un delantal granate y una libreta en la mano.

—Buenos días, guapa —dijo con una sonrisa—. ¿Qué te apetece tomar?

Era alto, más o menos de mi edad y con un precioso pelo rubio que le caía por la frente y por los laterales de la cara. Me miraba profundamente con sus ojos marrones cálidos y no pude evitar sentir mariposas, me recordaron demasiado a los de Noah.

Tenía una obsesión bastante seria. Me estaba volviendo loca.

—Hola —respondí devolviéndole la sonrisa—, un café con leche y hielo, porfa.

—Enseguida —dijo. Luego se dio la vuelta y se marchó hacia el interior de la cafetería no sin antes guiñarme un ojo.

Vaya, parecía que no iba a ser tan difícil que me volviese a gustar alguien después de todo.

Unos minutos después, volvió el mismo chico con una bandeja con mi café y una cookie con chocolate que me sorprendió que dejase encima de mi mesa también.

—Invita la casa —dijo antes de que pudiera pronunciar palabra—. Qué cojones, invito yo.

—Gracias —contesté nerviosa—, pero...

Se volvió a marchar antes de que pudiera mostrar mi modestia por educación, por supuesto que me apetecía una galleta.

Empecé a disfrutar de mi desayuno, que ya me había alegrado el día, lo más despacio que pude mientras disfrutaba del aire fresco y otras pequeñas cosas que antes me encantaban y no me había dado cuenta de cuándo había dejado de fijarme en ellas.

Me terminé de un bocado el mejor trozo de galleta, el que más pepitas de chocolate tenía, que había dejado para el final y me tuve que tapar la boca con la mano porque era demasiado grande y parecía un hámster masticándolo.

Cuando fui a limpiarme con la servilleta del plato, anteriormente cubierta por la galleta, me percaté de que tenía un mensaje escrito a boli, probablemente por el camarero que estaba bueno.

Soy Dorien, llámame cuando quieras ;)

Justo debajo estaba escrito su número de teléfono y no pude evitar sonreír.

Un rayo de inseguridad por la experiencia me recorrió el cuerpo y me palpé todo el cuerpo con miedo para comprobar que esto no era un sueño de nuevo. Hasta me clavé un poco las uñas en el antebrazo para comprobarlo, ya no estaba segura de nada.

Qué fácil habría sido todo si Noah hubiese hecho lo mismo en un principio, porque todos sabemos que yo sería completamente incapaz

Le di otro sorbo a mi café, que todavía estaba a la mitad, mirando por encima del vaso buscándole entre la multitud.

Cuando creía haberle encontrado, otra persona pasó por la calle, justo por donde tenía la vista fija, y casi se me salió el café por la nariz de la sorpresa, ganándome las miradas indiscretas de todas las mesas a mi alrededor.

Me guardé la servilleta en el bolso lo más rápido que pude y dejé un billete aproximando el precio del café y una propina para ese chico por su amabilidad antes de salir corriendo con torpeza de entre las mesas.

Traté de no perderlo de vista entre la gente que andaba demasiado lento para mí y tuve que esquivar.

Podría reconocerlo en cualquier lugar, aunque la verdad que lo recordaba algo más bajito.

Por fin pude respirar cuando lo vi a unos metros de mí. Llevaba una bolsa de deporte e iba vestido con unos pantalones negros cortos de chándal, tal vez demasiado frescos para el clima, y una camiseta de deporte también negra y de manga corta.

—Qué originalidad, te has lucido. En mis sueños vestías mucho mejor —dije para mí misma sin que nadie más lo escuchase.

Lo seguí de cerca por un par de calles más hasta que dobló una esquina y vi que paró frente a un edificio, yo me quedé en la curva tratando que no me viera, pero sin quitarle los ojos de encima.

Analicé a dónde estaba entrando mientras pasaba una tarjeta por un lector para que la puerta se abriera. Era un entreno de baloncesto.

No... Noah era futbolista. Seguro que iba a ver algún entrenamiento.

Eso en tu cabeza, guapa. Él puede ser lo que quiera.

Cierto.

Cuando por fin pude respirar porque estaba a punto de entrar y no se había percatado de mi presencia, giró la cabeza hacia mí y en vez de esconderme o hacer cualquier cosa inteligente, mi cerebro decidió paralizarme y que me quedase mirándole fijamente, con la cara probablemente roja.

Yo en su lugar me habría asustado pero en vez de eso, me dirigió una sonrisa breve, en la que se me paralizó el corazón, antes de entrar al pabellón y desaparecer de mi vista.


Qué bonita coincidenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora