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Ha pasado tres semanas desde que estoy en Sao Paulo. Tres semanas desde que no veo a mi hija y solo me comunico por teléfono con ella. Miro a Lucas mientras terminamos nuestro desayuno en el aeropuerto. Tengo las maletas hechas a mi costado, pues pese a que su hija quedará internada un mes más, Lucas me ha dado la libertad de irme. A finales, él sabe que yo también tengo una hija que me necesita.

─ Nos vemos en una semana ─ dice mi esposo en tanto me da un beso en los labios.

Yo trato de sonreír y acaricio su rostro para reconfortarlo.

─ Espero que Mel se recupere pronto ─ comento mientras mi vista va a mis maletas.

Tres semanas sin ver a mi hija ha sido demasiado tiempo para una madre que nunca se despegó de ella.

Lucas asiente y toma mi mano por sobre la mesa.

Nos levantamos y me acompaña a tomar el avión que me llevará de regreso a Rio.

Veo a Lucas mirándome desde la mampara del aeropuerto en cuanto subo al avión. En una hora estaré otra vez cerca de Khadija.

Said me llama en cuanto llego a Rio y me dice que él mismo puede llevar a mi hija a mi casa, también suelta un comentario que debo de estar cansada y que por hoy él no tiene ningún problema en dejarla conmigo.

En cuanto salgo del aeropuerto tomo un taxi que me dirige a mi casa

Llego a mi casa agotada, pues en estos últimos días, estuve acompañando a Lucas en el hospital.

Veo el carro de Said aparcado en mi entrada. Desde dentro del taxi nuestras miradas se cruzan. Siento esos enormes ojos verdes mirándome como si quisieran descíframe. Salgo del taxi y ellos también salen del auto.

─ ¡Mami! – La voz de mi hija llega a mis oídos y me provoca una sonrisa.

Abrazo a Khadija mientras Said se acerca por detrás.

─ Mi princesita. Te extrañé tanto.

─ Hola, Jade – los ojos de Said me miran y yo desvió la mirada devolviéndole el saludo.

No puedo durar mirándole los ojos, porque el corazón y los nervios solo están traicionándome.

Duro una eternidad abrazando a mi hija.

El taxista saca mi maleta del taxi y se va.

─ Te ayudo con esto ─ dice Said mientras agarra mis maletas.

Yo dudo en preguntarle si desea pasar. Desde que me casé, hace casi dos años con Lucas, Said nunca ha querido ingresar a mi casa, pese a que ha venido a recoger a nuestra hija montones de veces. Ahora con mis maletas en mano, el implícito de que las cargará hasta mi habitación está marcado. Sé que lo hará, porque Said siempre ha sido un caballero.

─ Gracias, Said ─ respondo soltando a Khadija y pasando mi mano por su espalda. – Déjame buscar la llave para poder entrar.

Said me mira sin responder palabra.

Mi casa no es tan grande como la de Said, pero tiene un tamaño medio y es un poco más grande que la casa de Latiffa. Said observa con mis maletas en sus manos toda la extensión de la casa que comparto con mi esposo. Hay un pequeño jardín en el ingreso y unos cuantos juegos de niños que vinieron con la casa al momento de comprarlas. Lucas no ha querido quitarlos porque los hijos de Mel a veces vienen a casa y esos juegos son fuente de distracción.

─ Bonitos juegos – comenta Said. Su mirada se ha ido a los juegos. Por el tono triste de su voz puedo comprender que ha pensado otra cosa.

Lucas y yo quisimos tener hijos. Fue una de las primeras conversaciones que tuvimos luego de casarnos y lo intentamos durante los primeros seis meses, pero luego de ello tampoco seguimos intentando ya que es normal que, a mi edad, tengo casi cuarenta años, tener un hijo se complica un poco más.

Una última oportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora