Capítulo 11: El segundo lugar

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—¡¿Dónde estás?! —exigió saber Rhea al otro lado de la línea.

—Ya me han curado. No te pongas así —Lena le respondió en calma, mientras Kara observaba al doctor vendar el brazo herido.

—Lena, te has accidentado y tuve que enterarme por Bernardo que estabas ahí.

La Luthor levantó una ceja hacia el doctor que había terminado de vendarla, ese hombre soplón.

—No es nada, sólo un pequeño corte.

—Tengo que verlo —finalizó, cortando la llamada.

El médico dio instrucciones sobre el cuidado de su herida, así como un ungüento con el que iba a prevenir infecciones.

—¿Estaba muy molesta? —preguntó Kara mientras llegaban a la mansión Luthor.

—Me lanzará por una ventana en cuanto me vea y luego se enojará por haberlo hecho.

Compartieron una risa dejando sus cosas y permaneciendo en silencio sin moverse de sus sitios distanciados en la sala.

Ambas sentían un rechazo la una por la otra, pero ninguna notaba que a la contraria le ocurría lo mismo.

Kara no se sentía con el derecho de estar cerca de Lena, como si acercarse a la de ojos verdes pudiera herirla. Después de todo, Lena siempre la trató como su sol, brillante y cálida, algo que necesitaba en su vida cada día; sin embargo, el mismo sol puede provocar quemaduras.

Lena se afligía en pensar que aquello no era lo correcto, que su amor era tan fuerte y hermoso que llegó a ser irreal por donde lo viera. Ella lucharía por Kara, podía esperarla el tiempo que la rubia se lo pidiera, ¿pero eso no la amargaría? Lena era un ser humano, imperfecta. Había cometido una traición por estar con la rubia, pero nunca un error. Lo haría, siquiera sabiendo todo lo que ocurrió, volvería a besar a Kara en Año nuevo, volvería a coquetearle en cada oportunidad y volvería a entregarse a ella. Mas no estaba segura de si Kara podría soportar lo mismo, y dolía. Pues Kara era lo único que le importaba, y sabía lo mucho que intentaba no dañar a Mon-el, ella tampoco quería hacerlo.

—Un largo período desde que hablamos, ¿verdad? —se atrevió a preguntar como si ella no hubiera puesto aquella barrera.

—...Te extrañé —se sinceró la rubia, y al mismo tiempo se golpeó mentalmente.

—Y yo a ti, solecito.

En cada ocasión, la sonrisa de Kara era capaz de enamorarla, ese claro borde de timidez la hacían ver como el ser más bello del universo para Lena. Su dulce sol.

—¿Me abrazas? —pidió en un susurro tímido.

La rubia se sorprendió, casi llora con la vulnerabilidad con la que Lena, portando la imagen de una chica abandonada, le solicitó algo tan adorable como un abrazo.

Ella no dudó y la rodeó con sus brazos, escuchando el latido acelerado de su amante, siendo consciente de lo importante que le era oírlo, saber que ella estaba con y para Lena si así lo quería.

—Siempre, gatita.

Besó las ondulaciones rubias, acurrucadose en ellas necesitando su olor, el olor de su hogar.

—Te amo.

—También te amo.

Se arrimó con la rubia por el sofá, quedando ambas sentadas una frente a la otra. Contempló las dos porciones de cielo que brillaban en el rostro de Kara, adoraba esos ojos, esa sonrisa y esa nariz linda. Acercó sus labios a las manos delgadas, dando besos de reverencia en cada dedo, asegurándose de prestar atención al dorso de sus manos y las palmas igualmente.

Serás MíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora