—¿¡Tú!?
Los ojos marrones de Susan me miraban con confusión mientras que los míos estallaban en llamas. Podía sentir la rabia creciendo en mi interior a un ritmo vertiginoso, cubriendo cada rincón de mi cuerpo.
A pesar de que la pelirroja me había asegurado que ella ya no era la responsable de los estúpidos mensajes, allí estaba, con medio cuerpo asomado desde detrás de la puerta blanca de la habitación número treinta y siete.
Había sido ella. Todo el tiempo había sido ella; y lo peor era que ni siquiera me sorprendía. ¿Qué debería hacer ahora? No me había parado a pensarlo. ¿Qué haría cuando encontrara al responsable de los mensajes?
Mil ideas cruzaron mi mente en sólo un segundo. Debía elegir la más sensata, pero la ira se apoderó de mí, cegándome por completo. Ya me había enfrentado a Susan una vez. ¿No le había quedado claro que ya no le temía?
—¿Yo qué? —Preguntó.
Sin mediar palabra me lancé a por ella. ¡Le arrancaría las pocas extensiones que le quedaban!
Ya estaba harta de ser la tonta, de dejar que me controlasen, y de que esos mensajes amargasen mi vida y la de quienes me rodeaban. Mi mente había sido una potente bomba de relojería, y acababa de estallar.
—¡Aaaaah! ¿Qué te pasa loca? ¡Déjame! —Susan gritaba asustada, tratando de sujetarme las manos para que no pudiese alcanzarla.
—¡Estoy harta de ti y de tus mensajes! —Le grité furiosa.
Ella chilló avanzando hacia atrás, entrando en la habitación a tropezones, forcejeando conmigo.
—¿Qué hacéis? —Levanté la vista y vi a Victoria en pie frente a la cama, mirándonos alarmada.
¿Qué hacía ella allí?
—¡Suéltame! —Me exigió la pelirroja.
Hice lo que me pidió y ella retrocedió rápidamente, acariciándose las muñecas al tiempo que gruñía llamándome demente y verdulera.
En el aire danzaba una fragancia dulce , empalagosa; un perfume que yo sabía recocer.
—¡Tu padre debería pagarte un buen psicólogo! —Decía Susan. La ignoré, mirándolas a ambas con incertidumbre.
—Daniella, ¿qué ocurre? —Me urgió Victoria.
—¿De quién es esta habitación? —Pregunté.
—Es mía —Dijo la pelinaranja extrañada—. ¿Por qué?
Abrí la boca sin saber qué decir. Susan me miró elevando las cejas y luego dibujó una pequeña sonrisa en sus labios finos, entonces supe que lo sabía; ella sabía que yo había descubierto a Victoria.
—Antes de que me ataques de nuevo como vulgar barriobajera, te diré que vine a decirle que dejase de hacerlo. —Dijo Susan mirando a Victoria por encima del hombro.
La pelinaranja juntó las cejas en una fina línea y me observó con cautela, seguramente preguntándose qué tanto sabía yo.
—No me interesa llevarme mal contigo, Giannetti —Habló con su voz chillona—, y estoy dispuesta a olvidar el pequeño incidente que acaba de ocurrir —Me enseñó el arañazo que le había hecho en el brazo derecho—. Después de todo, sólo fue un error. ¿No es cierto?
Por primera vez parecía ser sincera. A Susan no le interesaba llevarse mal conmigo.
Ella había orquestado toda esa estupidez de los mensajes, pero había tenido ayuda. La pelirroja no había podido hacer ninguna de las fotos que acompañaban a los mensajes. Su calidad era excelente, ninguna estaba desenfocada, su ángulo estaba minuciosamente cuidado, la luz y las sombras ayudaban a acentuar la escena tal y como Axel nos había enseñado...
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Mariposas eléctricas © (En edición)
Teen FictionDaniella siempre ha vivido tranquila en la mentira. Él está furioso con la verdad. Daniella no sabe lo que es el amor. Él tiene el corazón destrozado. Daniella vive un nuevo sueño. Él duerme envuelto en pesadillas. Daniella ha comenzado a pensar mu...