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Aquella tarde, podía ver al jardinero de la urbanización mirando preocupado hacia el bonito chalet de la señora González.
Llevaba ya muchos años de servicio en aquel barrio de Madrid, y jamás había escuchado una palabra alta de la encantadora mujer pelirroja del 23, y tampoco de su amable hijita, que, en verano, solía salir al jardín a ofrecerle un vaso de limonada.
Sabía, por la mueca de sus labios que se debatía entre venir a llamar a la puerta o continuar trabajando, pero no dejaba de dar vueltas en su cabeza la idea de que algo grave debía estar sucediendo.
Y no se equivocaba.
—¡Ya lo hemos hablado, Daniella! Esto —Gritó mi madre señalándonos con un dedo—, no es una democracia, ¡es una dictadura!
—¿Y me lo dices tan tranquila? —Repliqué con su misma voz chillona.
Mi madre y yo habíamos discutido sobre el mismo tema cientos de veces durante las últimas semanas, siempre con el mismo resultado, pero yo no me rendía.
—No quiero escuchar una palabra más sobre esto. Haz las maletas. —Trató de zanjar ella, por supuesto, sin éxito.
—Pero, mamá...
—Ya está decidido y no hay nada más que hablar —La miré con rabia y ella suavizó el tono de voz—. Créeme que trato de hacer lo mejor para ti, hija. ¿Prefieres irte a Italia con tu padre? Porque si es así no tienes más que decirlo y...
—¡Maravilloso! ¡Ahora tenemos chantaje también!—La miré cargada de rabia—. ¡Genial! Iré a ese estúpido internado.
Había pasado toda mi vida estudiando con un tutor privado para así poder seguir a aquella mujer en sus viajes. Y ahora, ¿se libraba de mí tan fácilmente?
Mi madre, señoras y señores: Antonella González.
Antes de tenerme a mí había sido una modelo muy codiciada; pero no había lugar en aquel mundillo para una embarazada, ni tampoco para una madre, de modo que, viéndose fuera de juego, decidió dejar de salir en las fotos para ser la persona que hay detrás de la cámara, y gracias a su profesionalidad, a la calidad de sus fotos y a su antigua fama como modelo, se labró un hueco entre los más grandes y mejores fotógrafos del mundo.
Sus fotografías eran tan buenas que la llamaban de todas las partes del mundo para que obrase su magia, y yo solía estar siempre a su lado, aunque eso estaba a punto de cambiar.
Mi padre era el genio detrás de la brillante idea del internado, y en aquel preciso instante lo detestaba más que nada.
La última vez que mi madre y él habían hablado por teléfono, había sido para discutir sobre mi partida al internado. Mi madre y yo estábamos cenando cuando el teléfono comenzó a sonar y en la pantalla apareció el nombre de mi padre. Yo estaba allí, escuchando, y cuando Luis comenzó a hablar del Michelangelo, todas mis alertas comenzaron a sonar.
—Lo mejor para ella es quedarse en un lugar fijo, Antonella. ¡Nunca habéis estado en el mismo país por más de seis meses! ¡La niña necesita una estabilidad! ¡Unas amigas!
Mi madre nunca había querido contarme mucho sobre su separación, sólo sabía que había sido un acuerdo mutuo, y por alguna razón, desconocida para mí, él nunca había tenido intención de conocerme, hasta que de pronto, unos años atrás había comenzado a pedirme que fuera a visitarlo.

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Mariposas eléctricas © (En edición)
Teen FictionDaniella siempre ha vivido tranquila en la mentira. Él está furioso con la verdad. Daniella no sabe lo que es el amor. Él tiene el corazón destrozado. Daniella vive un nuevo sueño. Él duerme envuelto en pesadillas. Daniella ha comenzado a pensar mu...