Confusiones

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ϟ ..ઇઉ..ϟ

Otra vez en aquella odiosa clase.

Otra vez, la remilgada profesora me miraba de arriba abajo con cara de desaprobación. Claro que, aquella vez, tal vez, y sólo tal vez, tenía motivos.

La profesora de modales era una mujer joven, más o menos de la edad de mi madre, su nombre era Charlotte y teníamos que dirigirnos a ella como "Miss Lumiere", pero entre alumnos le decíamos "La platino", por su cabello, tan rubio que casi parecía blanco.

Para ser una profesora de "etiqueta", su estilo era bastante poco recatado; el escote de su camisa negra dejaba ver un poco más de lo que, a mi entender, el decoro permitiría; su falda, también negra, llegaba por encima de la rodilla, sin embargo, con la gran abertura que recorría su lateral derecho enseñaba casi la totalidad de su pierna al caminar. Su cintura estaba marcada por un apretado y ancho cinturón rojo; los labios, pintados del mismo color, habían manchado uno de sus incisivos superiores, y mi vista no podía evitar mirar a ese punto cada vez que me hablaba.

—¿De verdad cree que esta es forma de venir a mi clase, señorita González? —Señaló la bata blanca que me había dejado la enfermera, de talla cuatro veces más grande de lo que yo necesitaba y que había atado a la cintura con el cinturón que Alina me había dejado.

No entendía por qué se ponía así.

Vale, no llevaba el uniforme reglamentario, ¡pero tenía una explicación para eso!

—¿Y qué le pasa a su pelo? ¿No sabe lo que es un secador? —Resoplé.

Había tenido un pequeño encuentro con el demonio pelirrojo, también conocido como Susan, en la cafetería. Tenía un momento libre entre clase y clase y había ido a la cafetería a conseguir una botella de agua; me había encontrado con Filipp, que me invitó a sentarme con él, y la muy loca me tiró un vaso de zumo de melocotón por encima, después de "tropezar casualmente" con mi silla, cuando estaba riéndome animada con el rubio.

La buena noticia era que mi pelo, enrollado ahora en un moño alto, olía a melocotón; las malas noticias eran que notaba el flequillo sucio y pringoso sobre mis ojos, que todo mi pelo estaba pegajoso, que mi uniforme también se había manchado y que no había ido al Pettit a por ropa para que La Platino no me pusiese una falta por impuntualidad, de modo que había pedido prestado lo único que había disponible, la bata de la enfermera, y con ella me había presentado en clase.

—Miss Lumiere, he sufrido un incidente en la cafetería y...

—¡Podría haber ido a cambiarse! No toleraré otra conducta ni look semejantes, ¿entendido? Tiene una falta por acudir desaliñada a mi clase —Asentí en silencio; al final, tenía igualmente una falta—. Hará pareja con Scott, si es que él la acepta de esa guisa.

—No tengo ningún problema, señorita. —Informó Drew guiñándome un ojo y sonriendo divertido. Le devolví una mirada agradecida.

Las risas de Susan y sus dos amigas eran más que audibles. La profesora les lanzó una mirada de aviso y bajaron el tono de sus burlas hasta que sólo era un leve murmullo molestándome en la oreja.

La clase de modales me parecía absurda y aburrida, y, sin embargo, todos los alumnos se peleaban por entrar en ella. Lo único que me agradaba era el hecho de que a Alina y a los chicos también los habían aceptado. 

Nos habíamos pasado toda la semana anterior repasando lo que ya se había estudiado en años anteriores, por ejemplo, qué tono de voz emplear al saludar, ni muy efusivo ni sonando aburrido; cuánta fuerza emplear al estrechar una mano o cuánto tiempo debía durar un abrazo. Nos convertían en marionetas, todos iguales; hijos perfectos para padres ricos.

Mariposas eléctricas ©   (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora