¿Qué significa?

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Un intenso aroma a café llenó la habitación, despertando a un Leo que ya se sentía descansado. Como si un sueño se hubiera esfumado en un abrir y cerrar de ojos, Leo abrió los suyos y notó que el espacio a su lado estaba vacío.

Un segundo aroma distinto anunció su presencia al girar la cabeza hacia la dirección de la puerta. Allí estaba Jennie, recién salida de la ducha, su cabello aún húmedo. Se apoyaba despreocupadamente en el marco de la puerta, sosteniendo una taza de café que despedía un humo tentador. Vestía una larga bata rosa pálido que caía hasta sus muslos, cubriendo a duras penas unos senos desnudos. Sus pies estaban descalzos, añadiendo un toque de sensualidad a la escena. La mirada de Jennie penetró en Leo, quien se sorprendió por la cálida sensación que experimentó en su pecho al verla allí, sonriéndole.

— Espero que disfrutes del café bien cargado y las tostadas con mermelada y mantequilla —sonrió—. Ya sabes dónde está el baño; te espero abajo, Lee.

Jennie se giró y regresó por las escaleras que conducían a la cocina, donde aguardó pacientemente unos minutos.

— La dicha me ha sentado de maravilla, y estoy seguro de que este almuerzo con pinta de desayuno me sentará aún mejor —dijo el pelinegro, provocando risas en Jennie.

— En un rato prepararé unos huevos revueltos con pechugas de pollo a la plancha. Necesitas recuperar energía —respondió ella sin rubor mientras llevaba la taza de café a sus labios y daba un sorbo.

Leandro sonrió y replicó el gesto, mientras el ambiente se llenaba de una tranquilidad que permitía a ambos conocerse más allá de lo físico y lo sexual a medida que avanzaba el día.

— Supongo que es hora de devolver el coche que me prestaron —dijo un desanimado Leo, recogiendo su chaqueta que yacía sobre el respaldo de una silla.

— Desafortunadamente, supones bien. Aunque, en unas cuantas horas, estaré durmiendo; mañana tengo que trabajar temprano, y ya sabes que las obligaciones son las obligaciones —dijo Jennie, igualmente desanimada.

Antes de abrir la puerta para dejar entrar la luz de la Luna, Leandro, sin pensarlo, se despidió de Jennie con un beso en los labios, simple pero prolongado, como si quisiera grabar en su memoria el sabor de sus labios para siempre.

— Nos veremos pronto, preciosa —le guiñó un ojo y se dirigió hacia el coche. Lo encendió, tocó la bocina tres veces y se marchó.

La sensación fue similar a separar dos imanes.

Ahora, Leo estaba más convencido que nunca de que quedarse en Florida, por y para una mujer, era algo que nunca habría imaginado.





































El capitulo de mañana es mas largo, promesa de gatito. 

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Leandro ManobanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora