Mateo, un joven que es considerado el nerd del salón, no tiene vida social, mucho menos amigos, bueno, si hay una, pero no es muy relevante para él.
Su único pasatiempo es leer libros e investigar sobre la historia otomana, su favorita admiraba much...
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Handan no dudó en desesperarse cuando vio que los hombres de negro entraron al calabozo en el que se encontraban ella y su hijo, su miedo era palpable, pero ella misma sabía lo que significaba, ella ya había perdido.
Su sorpresa fue mayor cuando escuchó los gritos de Mükerrem entrar mientras esta era arrastrada por algunos Aghas, la voz de Handan no pudo salir de su garganta, sí, esto no era más que una advertencia de lo que se venía, con el temor en la sangre, la mujer solo atinó en abrazar con fuerza a su hijo, y cuando halló su voz fue demasiado tarde, solo pudo pedir piedad por su hijo y que lo soltaran, pero ya no había rastro de vida en Korkut.
Sus rostro soltó lágrimas cuando vio que los verdugos se alejaron de ella con el cuerpo de su hijo, y su miedo aumentó cuando vio a Sumbul Agha entrar.
──¡Tu Sultan es un maldito asesino!──Gritó con lágrimas.
──Nada de esto hubiera pasado si alguien no hubiese intentado entronar a su hijo.──Respondió el eunuco mientras la tomaba por los hombros y la sacaba del calabozo.──Irás a una cabaña en la frontera del imperio, es un lugar donde nadie te conocerá y vivirás allí.
Si bien sé que esto parecía más bien un premio, para Handan era un castigo eterno, pues siempre supe que su miedo más grande era morir en la pobreza y en el olvido, y eso es lo que iba a pasar, moriría sola, pobre y olvidada.
Sus llantos fueron escuchados por todo el palacio hasta el momento en que el carruaje partió hacia su destino.
El cuerpo de Mükerrem fue entregado poco después. Sé bien que por su mismo carácter se defendió hasta el final, cosa que los verdugos me confirmaron. Me contaron que mientras la intentaban asfixiar, apuñaló a uno con un arete y arañó la cara de otro.
Sí, sin duda alguna ella había sido incapaz de admitir su error y hacer que su muerte no fuera tan dolorosa.
Caminé por los pasillos del palacio otomano, sintiendo al fin cierta libertad. Ya no tendría ningún otro problema en el futuro con ellas ni con alguno de mis hijos, solo reinaría la paz ahora mismo.
Caminé un poco más hacia el ataúd de Ayse Hafsa que fue cargado por mí y por más miembros del consejo. La mayoría lloraba y se lamentaba por todo lo que había pasado las últimas dos semanas.
Una vez terminó el funeral de la Valide, me apresuré en arreglar todo el daño que habían causado estas mujercitas y darles un entierro digno a todas mis víctimas.