Capítulo 8 - Incognito

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Tenía caminando de un lado a otro de su habitación desde la mañana, la ansiedad que sentía en ese momento solo empeoraba el flujo de pensamientos que tenía, se detuvo un momento frente al espejo que estaba en su habitación, vio su reflejo como una forma de hablarse a sí misma y decirse que se tranquilizara que no debía estar tan nerviosa, que todo estaba bien, pero por más que se dijera eso lo sentía, tenía en el pecho una opresión como si algo malo hubiera pasado, pero no sabía qué hacer. Su mirada seguía obligando a su reflejo a mantener la calma, su nariz puntiaguda, sus ojos color verde musgo, su cabello negro que sobresalía por el hiyab, su piel ligeramente tostada salía a relucir y sus rasgos del medio oriente resaltaban a la vista, a pesar de que ella había dejado esa tierra hace ya miles de años, casi desde su nacimiento, le gustaba estar al tanto de algunas cosas, el hiyab para ella no era necesario, pero siempre le gusto el estilo que le daba, combinado con su blusa color coral y encima de esta una chaqueta de cuero falso color negro y unos pantalones jeans con unas cuantas rasgaduras y un semi ajustado. Se vio de arriba a abajo, pero por más que lo intento nunca pudo tranquilizarse, hasta que escucho la puerta de su habitación abrirse. Por la puerta entro una mujer con un vestido color índigo con un escote que resaltaba su abultado pecho, el vestido tenía características únicas, a simple vista parecía como si fuera un estilo de siglos atrás, pero tenía un aire moderno y vanguardista que ni los mejores diseñadores pudieran imitar, en su cabeza decorando un gele del mismo tono de azul que el vestido, su piel chocolate envuelta en aquella tela hacía que dicho color resaltara de su belleza, su mejor amiga de toda la vida, venia una vez más en su rescate.

―Yema, dime que encontraste algo, por favor. ― Eve salió disparada y tomo las manos de Yema en una forma de controlar su ansiedad. La mujer soltó un suspiro, y ladeó la cabeza negando todo.

―Eve quisiera de verdad traerte buenas noticias, pero no. La señal de Samuel se ha perdido por completo, no lo encuentro en ningún lado.

―¿La sirenas no saben nada?

―No, les he pedido que lo buscaran por todas partes de Agkdrez, pero fue inútil. Amiga lo siento Sam está perdido.

Eve se desplomo en el suelo, estaba segura de que las quimeras tenían a su hijo, ella lo sabía, pero no podía hacer nada por más que quisiera. Pero no se iba a rendir, no iba a perder al único hijo que le quedaba.

―Ven conmigo, esto no se quedará así, encontrare a mi hijo sea como sea.

Las dos mujeres salieron de la habitación, muchos se preguntarán como es que una mujer que aparentaba no más de treinta años tenía un hijo que poseía la misma edad y era por que los hechiceros podían vivir por miles de años y no envejecer, a menos que así lo quisieran. El palacio de plata, la cede principal de todas las criaturas mágicas, en aquel lugar se dictaminaban leyes del reino mágico, desde como convivir con los seres humanos, hasta los castigos que sufriría cualquier especie si llegaban a quebrantar algunas de las leyes, que en su mayoría eran para mantener a los seres mágicos lo más lejos de los humanos que fueran posibles. Los altos techos del palacio eran sostenidos por pilares enormes de minerales cristalizados, las paredes los muros que sostenían la infraestructura eran de un mineral llamado cobaltita la fachada externa estaba recubierta por cuarzo blanco creando así unas de las estructuras mágicas más poderosas que existieran en el mundo. Los pasillos se volvían un laberinto cada vez más intrincado, para otras personas era una pesadilla cruzar a través del palacio de plata, porque realmente los pasillos si se movían, era un sistema de defensa para intrusos que estaba activo todo el día todos los días, para cruzarlo debías usar tu capacidad de percibir la energía de los cuarzos cobaltos, quienes estaban puestos para guiar a los que habitaban el lugar.

Una vez dieron la vuelta a la esquina lograron ver la puerta doble de madera, que era la oficina principal, sin tocar la puerta abrieron y entraron, adentro un hombre de un metro noventa aproximadamente de cabellos negros, pero tan enrulado que por más que se lo dejara crecer no sobrepasaba los dos centímetros de largo, su piel blanca, y sus ojos cafés oscuro, vieron entrar a las dos mujeres. Su vestimenta era normal parecía un ejecutivo cualquiera, pero era una fachada engañosa, él era Blackdween el rey de todos los seres mágicos.

Operación QuimeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora