Un poco de sexo tras horas de tediosas reuniones era la mejor forma de liberar tensiones y por mi vida que lo necesitaba como la tierra al agua. El problema era que no me estaba resultando del todo satisfactorio porque mi mente no estaba en lo que debía.
—Jason, no pares... —jadeó Jennifer bajo mi cuerpo.
En cuanto acabamos la última reunión, nos vinimos al ático que me había comprado en Boston. Nos fuimos arrancando la ropa prácticamente por el camino y acabamos cayendo desnudos sobre la cama, follando como dos locos e inundando la estancia con nuestros gemidos.
Aceleré las acometidas en busca de mi propia liberación. Jenni gimió al llegar al orgasmo y se retorció, lo que me dio pie a concentrarme en mi propio placer. La penetré con más fuerza hasta que llegué a mi clímax.
—Oh, joder —exclamé mientras me vaciaba por completo.
Me quedé apoyado sobre las manos y con los brazos estirados, los ojos cerrados y respirando de forma acelerada.
—Hay algo diferente en ti —dijo ella, entonces. Abrí los ojos y la miré extrañado—. No era a mí a quien te estabas follando —soltó.
—¿Y a quién demonios me iba a estar follando, Jenni? —Salí de ella y me fui directo al baño para quitarme el condón y darme una ducha.
—No lo sé, pero lo he sentido así, Jason. No me malinterpretes, no estoy celosa. Tú y yo no tenemos nada más que una sociedad en común y un polvo de vez en cuando. Solo te pido que no me mientas. Sinceridad, ¿recuerdas?
Esas últimas palabras hicieron que me detuviese en el umbral de la puerta del baño. Me giré y la vi sentada sobre la cama, desnuda y con el pelo alborotado por la actividad. Los pechos le caían de manera grácil, dibujando una bonita forma redonda. Suspiré y dije:
—No era mi intención...
—Has conocido a alguien, ¿verdad? —me cortó.
—Es complicado, Jenni —contesté. No era mentira, la situación era difícil de entender y no podía decirle que me sentía atraído por mi ahijada, a la que le sacaba dieciocho años y que prácticamente había criado.
—Bueno, el amor siempre es complicado —dijo. Se colocó la larga melena dorada hacia un lado, me miró y me sonrió.
—Esto no tiene nada que ver con el amor, Jenni.
—Nadie está así por un simple rollo pasajero. —Tan solo respondí con un bufido y me fui directo a la ducha.
Dejé que el agua se atemperara mientras retiraba el condón de mi polla y lo tiraba a la papelera.
No, mis problemas no tenían nada que ver con el amor, pero sí debía poner fin a esos juegos que nos traíamos Gena y yo desde la celebración de su cumpleaños. No podíamos cruzar esos límites.
Me metí bajo el chorro de agua y resoplé. Dejé que mi cuerpo se empapara mientras a mi mente tan solo acudían recuerdos de ese momento vivido con ella en el ascensor. La forma en la que me recibió, cómo su cuerpo se acopló tan bien al mío y la intensidad con la que me respondió al beso.
Aún escuchaba con claridad los gemidos y jadeos de placer cuando le había tomado el pezón con los dientes y había tirado de él. Dios, había estado tan receptiva, tan entregada...
—Mierda —maldije al notar la dureza de mi pene emerger de nuevo.
Me llevé la mano hasta la erección y la abracé con una mano. Masajeé con suavidad, dejando escapar un jadeo involuntario. Ya no podía detenerme ahí, y menos teniendo esas imágenes recurrentes en mi cabeza.
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Juego prohibidos
RomansaTras cuatro años lejos de su hogar, Jason regresa a su querida Nueva York con la clara intención de olvidar ese tiempo fuera. Llega justo el día en que una persona muy importante en su vida cumple años. Gena, su ahijada, celebra la mayoria de edad. ...