Epílogo - Gena

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Último año de universidad y me sentía más feliz que nunca. Mis notas eran impecables. No me graduaría con la máxima calificación, pero sí de las más altas. ¿Quién lo hubiera pensado cinco años atrás? Esa alocada adolescente, que iba sin rumbo y de camino a un mundo muy oscuro, ahora era una estudiante modelo y responsable.

Me sentía como si hubiese pasado toda una vida desde esa época de caos. Momentos muy turbios que me tocaron vivir, pero que se disiparon cuando él volvió a mi vida. Pensar en él me sacaba la mayor de las sonrisas. Jason, el hombre que me conquistó a una temprana edad, un amor platónico que se hizo realidad y que aun a día de hoy me cuesta creer que sea cierto.

Él se convirtió en mi apoyo, mi compañero, mi amigo..., mi amante. Mi vida cambió por completo. Pero no solo la mía.

Tras el juicio en Nueva York contra mi padre, que acabó con él en la cárcel con una sentencia de quince años, mamá obtuvo el divorcio y pudo rehacer su vida en New Haven. Al final, se quedó allí a vivir con su prima. Consiguió trabajo en un instituto como profesora de música y mantenía una relación, desde hacía un año, con un compañero de trabajo.

Jason le compró una casa con jardín, a pesar de las constantes quejas de ella, y también le puso un piso a su nombre en Boston, para cuando se quisieran venir de visita, que era a menudo.

Sí, la vida nos sonreía a las dos y todo gracias a él, a nuestro salvador.

* * * *

El timbre que ponía fin al día lectivo sonó con fuerza y toda la clase comenzó a recoger sus enseres. Era nuestro último día hasta la graduación. Las siguientes semanas eran para los que necesitaban recuperar asignaturas. No era mi caso.

Guardé todo en mi petate marrón y abandoné el aula. Me despedí de mi profesor de economía fiscal, saludé a varios compañeros y emprendí camino hacia el exterior del edificio.

El día estaba despejado y el sol calentaba con fuerza, aunque la brisa de Boston lo hacía replegar sus rayos, algo que se agradecía. La explanada de la facultad de económicas se empezó a llenar de alumnos que se despedían unos de otros. Pronto se formaron grupos de estudiantes riendo y haciendo planes para los próximos días.

Sonreí al pensar en todas las fiestas que se organizarán, pero ese ya no era mi mundo. El mío ahora giraba en torno a un ambiente del todo diferente y en el que me sentía muy cómoda.

—Gena, ¿vendrás a la fiesta de los Omegas? —preguntó una compañera que pasó a mi lado, abrazada a una carpeta negra llena de pegatinas. Me recordó a Annie.

—No, Claire, lo siento. Este fin de semana tengo un compromiso —respondí.

—Vaya... Bueno, ya nos vemos, Gen. —Asentí y la vi mezclarse con un grupo de estudiantes.

A lo lejos, el rugido del motor de un coche llamó la atención de todos. Lo reconocí al instante y mi corazón dio un brinco en el pecho. No dejaría nunca de acelerarme al verlo. Su sola presencia me empujaba a reír, me sentía la persona más feliz y más segura del mundo.

El Mustang gris se detuvo en la bajada de las escaleras y Jason salió del coche con ese aire embriagador que atraía las miradas tanto de hombres como de mujeres. Supe que venía de la oficina porque iba trajeado, algo de lo que no tenía ninguna queja. El condenado era demasiado guapo, se pusiera lo que se pusiese.

Nuestros ojos conectaron al instante y yo, desde lo alto de la escalinata, le mostré mi mejor sonrisa. Él me correspondió con un guiño de ojo que hizo que todo mi cuerpo vibrase.

Bajé los peldaños con cierta calma, alargando esa conexión. Lo vi admirarme y relamerse según me iba acercando. Me mordí el labio y me detuve ante él. Me rodeó de la cintura y me atrajo a su cuerpo de un movimiento para devorar mi boca. Esos besos que me daba... ¡Dios!

—¿Has tenido un buen final de curso, bollito? —murmuró contra mi boca.

—Ahora sí —respondí y froté mi nariz con la suya—. ¿Qué tal se han portado esas dos locas? ¿Te han dado mucho la lata? —quise saber. Marion y Annie habían venido de visita unos días a Boston y a celebrar mi graduación, de paso.

—Explícame otra vez por qué no puedo cogerles una habitación en un hotel —protestó él, que había empezado a darme sensuales besos por la mandíbula y el cuello.

—Porque son mis amigas y porque hacía mucho tiempo que no estábamos juntas —contesté. Un gruñido de protesta contra mi piel y me hizo reír—. Si quieres, las mando a dar un paseo esta tarde y así tendremos el ático para nosotros solos. Quiero que me vuelvas a follar sobre ese piano —susurré. Acaricié el lóbulo de su oreja con la punta de la lengua y volvió a gruñir, pero de excitación.

—Esta tarde, no. —Quiso besarme, pero me eché hacia atrás y lo miré intrigada—. Ahora, las vamos a echar ahora de casa y te voy a hacer gritar toda la tarde. —Una promesa que me hizo gemir.

—Mmm, tarde de sexo... me gusta el plan. —Y se apoderó de mi boca para besarla con fervor.

Amor, pasión, lujuria y seducción. A eso sabían sus besos y no me cansaría nunca de saborearlos, ni de dejarme amar por ese hombre.

Juego prohibidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora