Tras darse una ducha y cenar los tres juntos, Gena se había quedado dormida en el sofá. Cargué con ella en brazos hasta la habitación y la deposité sobre la cama. La cubrí con la manta y regresé con Gwendy. La encontré tratando de recoger, pero me adelanté y la devolví de nuevo a su cómoda silla.
—¿Dónde está Otto? —pregunté de camino a la cocina, con los platos en las manos. La escuché suspirar, lo que hizo que mis sospechas sobre la crisis en el matrimonio se acrecentasen.
—Está de viaje con unos compañeros de oficina. No regresará hasta dentro de dos semanas —respondió.
—Se pasa mucho tiempo fuera de casa, ¿no crees? —comenté al regresar al salón.
—Sí, bueno... Es lo que toca, y más desde el fiasco financiero con aquella inversión.
—Gwen, ¿por qué no me llamasteis?
—Ya sabes cómo es, Jason. El gran Otto von Bismark jamás pide ayuda a nadie. Es el hombre de la casa y el que debe encargarse de proveernos a las dos de lo mejor —dijo ella.
—Ah, esa vena alemana —bromeé y Gwen rio.
—Lo cierto es que... —Los gritos de Gena nos alertaron a ambos, aunque a mí casi me sacó el corazón por la boca.
No lo pensé, salí corriendo en dirección a la habitación y entré como una exhalación. La encontré pataleando en la cama, agitando las mantas como una loca y gritando auxilio. Era una pesadilla, pero muy intensa. Escuché a Gwen avanzar a mi espalda con las muletas. Debería de haberla ayudado, pero todo mi cuerpo se movió en la dirección opuesta y corrí hasta la cama.
—¡Gena! ¡Gena, tranquila! —exclamé tras sujetarla por los hombros para evitar que siguiese con esas sacudidas.
—¡No! ¡Suéltame! ¡No me toques! —gritó ella, con los ojos cerrados.
Ni lo pensé, la saqué en volandas de la cama y la senté sobre mis rodillas, inmovilizándola y susurrándole al oído para traerla de vuelta de donde quiera que estuviese.
—¿Jason? —sollozó por fin.
—Era una pesadilla, tranquila. Estoy aquí —dije. La acuné como solía hacer cuando era pequeña, cuando corría en mi busca tras tener un mal sueño.
Gwen estaba en el umbral, fatigada por el sobre esfuerzo con muletas.
Gena se aferró a mi cuello y yo la envolví para transmitirle calor y calma. Nos quedamos así durante unos largos instantes, hasta que me moví para dejarla de nuevo en la cama.
—No... —se apresuró a decir ella—. No te vayas, quédate conmigo..., por favor —suplicó. Me rompió el corazón, pero no podía quedarme ahí. Busqué la ayuda de mi amiga, pero Gwendy tan solo asintió y dijo:
—Te traeré un pijama de Otto para que no arrugues el traje.
—¿Segura que no te importa que me quede aquí? Puedo dormir en el salón...
—Vamos, Jason. No es la primera vez que duermes con ella en la misma cama. —Se dio media vuelta y se fue en busca de unas prendas de mi amigo.
«No, no es la primera vez que dormimos juntos, pero esta vez es diferente, amiga», pensé para mí.
Gena permanecía aferrada a mi cuello, temblando otra vez y con la cabeza pegada a mi hombro. Claudiqué, era inútil seguir luchando y más cuando todo parecía empujarnos el uno a los brazos de la otra.
—Ten, este es bastante amplio y fresco —comentó Gwen, que apareció a los pocos minutos—. Ya sabes dónde está el baño —dijo.
Intenté levantarme, pero mi ahijada se aferró más al abrazo y me reí, conmovido por su ansia de tenerme con ella.
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Juego prohibidos
RomansaTras cuatro años lejos de su hogar, Jason regresa a su querida Nueva York con la clara intención de olvidar ese tiempo fuera. Llega justo el día en que una persona muy importante en su vida cumple años. Gena, su ahijada, celebra la mayoria de edad. ...