Capítulo 40 - Jason

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Un año después de mi regreso, me encontraba de nuevo en el punto de partida. El lugar donde todo empezó y donde mi vida cambió por completo. El hogar donde tantos buenos momentos había vivido y en el que me encontraba ahora, con todo un futuro por delante maravilloso y junto a ella.

Admiraba el atardecer desde el balcón del salón de la casa de los Hampton y una enorme sensación de paz me envolvió. Tantos buenos momentos vividos en esa casa, tantas historias... y donde nació un amor del que ya no me podía separar.

Unos brazos rodearon mi cintura desde atrás y sonreí. Me moví y le pasé un brazo por detrás para atraerla hacia mí.

—Feliz cumpleaños, bollito —dije antes de darle un beso en la frente.

—Gracias, padrino, y gracias por salvar esta casa —murmuró ella contra mi pecho.

—No tienes que dármelas, Gena. Esta casa tiene demasiados recuerdos que no desearía perder. Además, es el lugar donde me enamoré de una jovencita risueña que me embelesó nada más verla.

—¿Ah, sí? ¿Y es bonita? —bromeó ella. Levantó la cabeza para mirarme. Bajé la mía y la besé en los labios.

—La más hermosa de todas —ronroneé contra su boca.

—Oh, qué suerte la tuya.

—No te haces una idea...

—¿Y te costó mucho conquistarla? —continuó con el coqueteo.

—Más bien me conquistó ella a mí. A pesar de mi resistencia, supo cómo volverme loco.

—No te volviste tan loco...

—¿Ah, no? Vaya... —Me giré y me apoyé contra la barandilla para pegarla más a mi cuerpo—. Recuerdo cómo te contoneabas por esa terraza —dije, señalando hacia la zona de la piscina—, con un bañador blanco de lo más seductor. Recuerdo cómo chupaste mis dedos cuando te di a probar un trozo de pimiento de la barbacoa y cómo te mordías el labio cada vez que estabas a mi lado, mirándome con esos ojos avellana tan seductores y esbozando la sonrisa más pícara y traviesa que jamás haya visto —susurré en su oído.

Deslicé las manos por su cuerpo hasta dejarlas sobre la tripa desnuda. Dibujé círculos alrededor de su ombligo, pero volví a subir hasta llegar al borde de la parte de arriba del bikini. Metí los pulgares por debajo de la tela y rocé los pezones ya duros, mientras le besaba el cuello.

—Tengo otra fantasía —jadeó ella, y me reí contra su piel.

—¿Cuántas fantasías se pueden llegar a tener con alguien? —ronroneé. Cogí los pezones con los dedos y jugueteé con ellos. Gena se dejó caer contra mi pecho, gimiendo y frotando su trasero contra mi erección.

—Jason —gimió mi nombre.

—Cuéntame la fantasía, bollito.

—Quiero que me folles en la arena, a la luz de la luna.

—Hecho —prometí y le mordí en la base del cuello—. Pero, antes, quiero follarte en esa piscina, como me lo imaginé tantas veces —dije y ella gimió otra vez.

Bajamos las escaleras, apresurados, excitados y sonrientes. Nos devoramos las bocas mientras nos íbamos desprendiendo de la ropa, que fue cayendo por todas partes. En cuanto estuvimos desnudos, rodeé su cintura con un brazo y nos lancé a ambos al agua. Ella gritó de la impresión.

Nuestras bocas se volvieron a juntar en cuanto salimos a la superficie. Notaba sus pechos redondos contra mi torso y los pezones, duros como rocas, arañarme los pectorales. Ella se acomodó en mi cintura, envolviéndome con las piernas y buscando mi erección. La cogí de las caderas y empujé.

—Oh, joder —exclamó ella.

—Dios, Gena, te follaría hasta el amanecer y en cada una de las butacas de la piscina, en la terraza, el balcón...

—Sí, por favor —gimió. Se arqueó entre mis brazos y me presentó esas dos montañitas juguetonas. Las devoré, primero una y luego la otra. Sabían a cloro. Lamí los pezones mientras se balanceaba sobre mí y la penetraba. Jadeó con fuerza y noté la presión de mi polla en su interior.

—¿Ya? —pregunté.

—Haces que me corra con solo meterla —pronunció con dificultad. Me reí y aceleré. Si quería un orgasmo, se lo daría—. Oh, Dios... sigue, no pares... Joder, Jason... me-me corro... me...

—Vamos, bollito, déjate ir. Tenemos toda la noche para nosotros y pienso follarte hasta el alba. —Y lo hizo, gritó y se estiró entre mis brazos. El agua acariciaba su precioso cuerpo desnudo mientras la mecía con mis embestidas. Igual que una sirena.

—Me toca, cariño —dije y aceleré más y más y más—. Oh, sí —gruñí cuando me corrí.

Maravillosa, increíble, magnífica. No me cansaría nunca de hacerle el amor, no podría.

—Te amo —me dijo, mientras me vaciaba del todo dentro de ella.

—Yo también te amo, bollito, mucho —contesté antes de apoderarme de sus labios.

Sexo, mucho sexo para celebrar sus diecinueve y nuestro año juntos, porque todo empezó aquí. Doce meses atrás, comenzamos un juego peligroso en esta casa que terminó convirtiéndose en lo mejor de nuestras vidas.

Nuestro entorno social ya había aceptado la relación. Apenas salíamos en alguna revista sensacionalista, algo que agradecimos. Habíamos comenzado una vida en Boston, nueva, diferente y llena de un deseo enorme porque esto funcionase y saliese bien.

Ante nosotros se vislumbraba un futuro algo incierto, pero nos teníamos el uno al otro y con eso nos bastaba.

Ella yyo, nada importaba más. Solo nosotros.

Juego prohibidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora