Capítulo 24 - Jason

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Pasamos la tarde del viernes entre risas, confidencias, películas y, cómo no, sexo. Era increíble cómo su cuerpo reaccionaba al mínimo roce de mis dedos o con mi sola cercanía. Nunca pensé en que alguien como ella me hiciera sentir tantas emociones juntas, que me hiciese vibrar de esa forma tan intensa.

Al caer la noche, y tras una buena sesión de más sexo, la abracé y la cubrí con mi cuerpo. La atraje a mí y me quedé dormido a su lado, sujetándola como si tuviese miedo a que me la robasen. Supe, en ese instante, que ya no quería una vida sin ella ni una cama vacía. No sabía cómo lo haría, pero lograría que la sociedad aceptase esto que estaba surgiendo entre nosotros. Además, no seríamos la primera pareja formada por dos personas con diferencia de edad.

—Sigue, Jason... no pares, por favor —me suplicó a la mañana siguiente.

Tenía mi cabeza metida entre sus piernas y devoraba cada rincón de su sexo con un hambre voraz, gruñendo y lamiendo sin cesar. Gena se arqueó en la cama y libero un largo gemido cuando el orgasmo la invadió. Dejé que se corriese a gusto para luego ascender por su cuerpo, depositando sensuales besos a cada poco.

Me coloqué entre sus piernas abiertas, estiré una mano y abrí el cajón de la mesilla de noche en busca de un condón.

—Mierda —maldije al encontrar el hueco vacío.

—¿Qué ocurre? —jadeó ella.

—Se nos han acabado los preservativos —contesté y cerré el cajón.

—¿En serio? —rio.

—No sé de qué te sorprendes. Llevamos dos días, literalmente, follando sin parar. —Me moví para retirarme—. Bajaré a comprar una caja...

—No serás capaz de dejarme así, ¿verdad? —protestó ella, abrazándome con las piernas.

—Gena...

—Jason, tú estás libre de enfermedades y yo también. Además, tomo anticonceptivos —me aseguró a la vez que me rodeaba el cuello con los brazos.

—¿Quieres que lo hagamos sin protección? —Ella asintió.

Me quedé estático, sopesando durante unos segundos su proposición y mirándola a los ojos. Esos hermosos orbes marrones que me tentaban y me incitaban a caer en el pecado. Gena se movió bajo mi cuerpo de forma sugerente, se mordió el labio y me miró con esa cara que siempre me ponía cuando quería conseguir algo de mí. Suspiré, sabiéndome derrotado y bajé la cabeza para besarla.

—Eres mi perdición, ¿lo sabías? —murmuré contra su boca.

—Y tú la mía —afirmó ella, enredando los dedos en mi pelo.

Me coloqué de nuevo sobre su hendidura y empujé con suavidad. Los dos gemimos a la vez en cuanto las pieles de nuestros sexos se rozaron. Demasiado perfecto, demasiado intenso. Joder, sentí el roce de cada terminación nerviosa de mi pene acariciar sus paredes internas. Una sensación de lo más novedosa para mí.

Entré de forma lenta, saboreando cada centímetro que recorría. Ella cerró los ojos y yo también, como si los dos quisiésemos sentirnos de una forma más profunda, más espiritual. La metí entera y me quedé ahí dentro, absorbiendo el calor que manaba de su cuerpo y dejando que la calidez de su humedad envolviese mi polla.

Me retiré hacia atrás con la misma lentitud y fue incluso más intenso e increíble. Sin sacarla del todo, empujé de nuevo, pero esta vez para introducirme con más fuerza. Gena soltó un gritito y yo un quejido ronco. ¡Dios! Estaba siendo una experiencia del todo extrasensorial. Podía sentirla como no lo había hecho hasta ahora.

Me moví de nuevo, repitiendo las mismas acciones, pero con un ritmo más acelerado. Ella empujó las caderas hacia mí, reclamando más y se lo di. Con cada embestida, sentía cómo rozaba todo su interior y la veía retorcerse bajo mi cuerpo. Una descarga eléctrica nos sacudió en una de las embestidas y ambos nos miramos.

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