Capítulo 9 - Jason

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Estábamos a finales de mayo y los días de luz empezaban a ser más largos. Aunque eso para Nueva York no significara nada porque era la ciudad que nunca dormía y daba igual la estación del año o el tiempo que hiciera. A cualquier hora encontrabas gente por las calles, en los bares o en fiestas privadas.

Ya hacía tres semanas que había vuelto a mi rutina laboral de la gran manzana y mis mañanas las ocupaba entre reuniones con los accionistas y con los posibles clientes. También me tocaban conexiones online con las filiales de la empresa en el extranjero.

Mackenzie Enterprise, que así era como se llamaba mi compañía, empezó siendo una pequeña agencia de inversiones, creada por mí a los dieciséis años. Lo cierto era que siempre se me habían dado bien los números y tenía buen ojo a la hora de saber dónde invertir mi dinero. Eso es algo que mi abuelo supo ver enseguida y por eso se esforzó tanto para pagarme los mejores estudios.

Desde bien pequeño me interesé por la economía y las diferentes formas de hacer crecer las propinas que obtenía por ayudar a mi abuelo en su trabajo de mantenimiento del edificio donde vivíamos y donde conocí a Otto y su familia, los von Bismark. Nos hicimos amigos en seguida porque descubrimos que a ambos nos interesaban las mismas cosas.

Aún recuerdo esas tardes de instituto, donde ambos nos dedicábamos a mover el dinero que algunos alumnos nos confiaban, logrando obtener el máximo rédito posible, invirtiendo en valores de mínimo riesgo. Así construí lo que hoy en día es mi imperio, y por el que soy considerado una de las personas más influyentes de la sociedad neoyorkina.

—La filial de Toronto nos ha dado buenos resultados, pero sigue teniendo un coste sustancioso para la empresa —comentó una de las accionistas a mi lado.

La reunión de esa mañana se había alargado bastante y aún seguíamos debatiendo si cerrar algunas delegaciones o no. Escuchaba con atención todo lo que se hablaba en la junta de accionistas, a pesar de tener unas ganas enormes de levantarme y salir corriendo de allí. Hacía rato que me había quitado la corbata de color azul cielo y dejado sobre la mesa. Sentía que me estaba asfixiando.

Me desabroché el botón del cuello de la camisa y solté un largo suspiro de alivio. Cogí el bolígrafo a mi derecha y lo moví con insistencia. A veces me parecía estar rodeado de alimañas sedientas de sangre y a la espera de verme caer para ocupar mi sitio.

—¿Va todo bien? —susurró Jennifer, mi socia y la persona en la que más confiaba en la empresa.

—Esta reunión se está alargando en exceso y no estamos llegando a ningún acuerdo final —protesté en un tono en el que tan solo ella me escuchara. Soltó una carcajada que atrajo las miradas del resto de la sala y pidió perdón por la interrupción.

—¿Es que tienes alguna reunión más que yo no sepa? —quiso saber ella.

—No. Tan solo quiero salir de aquí e irme a casa, tomarme un buen whisky y relajarme —contesté. Giré la silla y me coloqué de lado para poder cruzar una pierna sobre la otra.

Observé el cambio de actitud de Jennifer, que se mordió el labio y preguntó en voz baja:

—¿Solo?

Sonreí. Era una mujer muy atractiva, cierto era, y muy buena en la cama. Jennifer Macintosh se había convertido en un gran apoyo en esos últimos años y la persona en la que delegué el control de la empresa el tiempo en el que estuve... perdido por el continente asiático.

Alta, de piernas kilométricas, cuerpo escultural y una figura que nada tenía que envidiarles a las modelos de pasarela de la alta costura. Un busto generoso y cabellos dorados como el sol. Se notaban mucho sus raíces noruegas.

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