Capítulo 22 - Gena

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Envolví mi cabello en una toalla que Jason me dejó junto a un taburete de mimbre, al lado de la ducha. Después de habernos devorado el uno al otro bajo el chorro de agua tibia, y de sucumbir a dos orgasmos más desde que nos habíamos despertado, él se fue en busca de comida.

El baño, que estaba dentro de la habitación, era inmenso. Mi propio cuarto podría caber ahí, perfectamente. Suelos y paredes de granito en diferentes tonalidades de gris y negro le daban un toque de lo más lujoso. Había un enorme espejo ocupando una pared entera, con una meseta blanca impoluta y dos lavabos. En la parte de arriba del espejo había una barra de luz alargada, que iba de lado a lado de la pared, e iluminaba todo el baño a la perfección. Un sanitario colgaba de la pared opuesta y justo en el medio. La maravilla de ese rincón de la casa: una ducha de cascada tan amplia que podrían entrar seis personas.

Si toda la decoración del ático había corrido a cargo de Jason, debía decir que era un hombre con mucho gusto a la hora de elegir los colores y el diseño. Sonreí, porque no solo era eso. Él era increíble y ¡Dios!, esa forma de lamerme...

—Cálmate, Gena, o terminarás dentro de la ducha otra vez —me reprendí a mí misma al sentir una oleada de calor recorrer mi cuerpo, pero me era imposible no recordar las cosas que me hizo desde que llegamos. Joder, nadie me había follado así, con tanta calma y dedicación que casi pierdo el juicio en varias ocasiones. Ni que decir de los orgasmos tan intensos que me provocó con esa forma de lamer mi sexo.

Me llevé una mano a mi entre pierna y maldije en voz alta. Me quité la toalla de la cabeza y me metí de nuevo en la ducha, pero con el chorro de agua fría. Solté un bufido en cuanto cayó sobre mi cabeza el gélido líquido. Y aun así, mi cuerpo ardía, tanto que opté por masturbarme.

Aliviada y con la mente serena, envolví el cabello de nuevo en la toalla y mi cuerpo con otra más grande. Entré en la habitación y mis ojos se fueron directos al amasijo de sábanas que yacían sobre la cama, señal de que ahí habían sucedido cosas que sonrojarían al mismo Diablo. Sonreí.

Froté bien cada rincón de mi piel para secarme y busqué por el suelo mis bragas, las cuales, no encontré. Estuve un buen rato revolviendo todo, pero no había rastro de ellas. Era como si se las hubiese tragado la tierra. Incluso me arrodillé en el suelo y busqué debajo de la cama, pero nada. Todo un misterio.

Me incorporé resoplando y frustrada. Paseé la mirada por toda la habitación hasta quedarme fija en una butaca de color marrón oscuro, colocada en una esquina, como escondida. Sobre ella había ropa de Jason: un pantalón y una camisa blanca. No lo pensé. Fui a por ella y la cogí. Antes de ponerla, la acerqué a mi nariz y aspiré con fuerza.

—Mmm, Dios —exclamé con los ojos cerrados. Ese aroma me volvía loca, era su olor.

Seguía sin creerme que estuviese ahí, con él, y que hubiese pasado todo eso. Nos acostamos no una ni dos ni tres veces y en ningún momento vi arrepentimiento en su rostro. Si eso era un sueño, no quería despertar nunca porque estaba siendo el mejor de todos los que había tenido con él hasta la fecha.

Deslicé la camisa por mi cuerpo y gemí como si fuesen sus propias manos las que me acariciasen. Volví a aspirar el aroma que fluía de la tela, tan perfecta, tan impoluta... Tan Jason. Me quedaba enorme, pero así cubriría mi cuerpo desnudo a la perfección.

Salí de la habitación y recorrí el pasillo, descalza y admirando todo a mi paso. Acaricié las paredes de camino a la amplia estancia que conformaban el salón y la cocina. Con la luz del día se veía todo de distinta forma, mucho más grande y lujosa. Mis ojos se fueron directos al piano de cola y me reí.

—Es el puto Christian Grey, diga lo que diga —comenté divertida.

El sonido de mi teléfono llamó mi atención y me di cuenta de que no tenía ni idea de dónde estaban mis cosas. Llegamos y acabamos en la cama, sin más preámbulos. Me aparté el pelo para poder oír bien y seguí el sonido.

Juego prohibidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora