Capítulo 33 - Jason

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Dejé a Gena en el hospital, con su madre, para ir a reunirme con el fiscal a la comisaría. No estuvo muy convencida de quedarse allí, esperando a que yo regresase a buscarla, pero en esto no hubo negociación posible. Este tema lo tenía que manejar yo y, como mucho, su madre.

Aun así, de camino llamé a mi abogado para comentarle el asunto y que me aconsejara. Bueno, y que estuviese atento por si requería de sus servicios ante el fiscal porque, si de algo estaba seguro era que me iba a interrogar como si fuese un acusado y no un testigo.

—Te ha tocado un perro que no se compra con ninguna chuchería, Jason. Mide bien tus palabras, sé que sabes cómo lidiar con tipos así, pero estamos hablando del fiscal del distrito. Si te quiere buscar las cosquillas, las va a encontrar de una forma o de otra —me aconsejó Taylor al otro lado del teléfono.

Iba con el manos libres puesto, atento a la carretera y concentrado en las posibles preguntas que me haría. Resoplé al llegar al edificio de la diecinueve.

—Tendré cuidado, Taylor. Gracias —dije y colgué.

Dejé el coche en el aparcamiento para visitantes, salí y me coloqué bien la camiseta. Metí el móvil en el bolsillo, previamente silenciado. Aun así, note la vibración cuando entró un mensaje de texto. Lo saqué y sonreí al ver de quién se trataba.

Gena:

Por favor, ten cuidado. No me gustaría tener que esperar un mes para un bis a bis contigo.

Me reí por sus ocurrencias, pero sabía que era la forma en la que sobrellevaba la preocupación.

Jason:

Pase lo que pase, recuerda que te amo.

Gena:

Lo sé, pero prefiero que me ames en nuestra cama y no en un camastro de la cárcel.

Estallé en carcajadas y varios agentes que estaban en la calle me miraron.

Gena:

Te amo, vuelve pronto.

Mi corazón botó en el pecho y el aire se me cortó. ¿Cómo es posible que estuviese sintiendo todo eso por alguien... por mi propia ahijada? Seguía desconcertado por la vorágine de sentimientos y emociones que me envolvían, del todo novedosas para mí. Pero es que la conexión que tenía con ella, jamás la había sentido con nadie y eso debía de significar algo.

Guardé de nuevo el teléfono y avancé con paso seguro hacia el interior de la comisaría. Allí, fue Phil quien me recibió y me llevó hasta un cuarto oscuro, iluminado por una simple lámpara de luz blanca y un espejo que ocupaba toda la pared lateral. Una sala de interrogatorio, como si fuese yo el acusado. Sí, iba a ser una charla muy larga y dura.

—Por favor, tome asiento, señor MacKenzie —me indicó el fiscal. Phil se quedó al fondo de la estancia, apoyado contra la pared junto a la puerta y de brazos cruzados.

Separé la silla y me senté a la espera del primer golpe. Saqué el móvil y lo puse sobre la mesa, por si en algún momento tenía que llamar a Taylor. Me acomodé como solía hacerlo en las reuniones con otros ejecutivos, de lado, con las piernas cruzadas y actitud tranquila.

—Usted dirá —le dije, sin más. Fergus, que se había sentado frente a mí y había extendido una carpeta, levantó la vista de los papeles, me miró y esbozó una sonrisa de suficiencia. Un depredador.

—Así que es usted el novio de la hija del acusado. —Directo al grano, bien.

—Sí, eso fue lo que declaré ante el inspector Bromson —contesté.

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