Capítulo 20 - Gena

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Tal y como Jason había predicho, llegamos a Boston a eso de las siete de la tarde. El sol comenzaba a descender y auguraba una noche cálida. Me sentía nerviosa por llegar, pero más aún por lo que ocurriría más tarde. Emocionada, también, porque Jason no dejaba de ser ese amor platónico con el que una sueña cuando es adolescente. Nunca creí que llegaría el día en que él me dejase de ver como una niña y me viese como una mujer a la que desear. Ni en mis mejores sueños lo hubiera imaginado, pero aquí estábamos. A punto de hacer realidad una fantasía que llevaba conmigo desde los catorce años.

Detuvo el coche en una plaza de aparcamiento en la calle Beacon, del barrio Back Bay East de Boston. Me bajé absorta en observarlo todo a mi alrededor y vislumbre varios coches de alta gama, por lo que debía de estar en uno de los barrios más cotizados y caros de la ciudad.

Casi todos los edificios que veía eran de una altura máxima de cuatro plantas y bastante similares entre sí. Había algunos edificios más altos por ahí desperdigados, pero la mayoría eran muy pintorescos y lujosos, al parecer. Nosotros estábamos delante de uno que me resultó de lo más bonito.

Sentí un brazo rodear mi cintura y al instante tenía a Jason pegado a mi espalda. Absorbí su aroma, que me embriagó por completo.

—Bienvenida a mi morada, bollito —susurró en mi oído de una forma demasiado sensual.

—¿Cuál es tu piso? —pregunté, a modo de distracción.

—El edificio entero es mío. —Me giré para mirarlo a los ojos, asombrada. Él sonrió y me dio un beso en los labios, como si fuésemos una pareja consolidada.

—¿Has comprado un edificio entero para ti solo? —Él estalló en carcajadas y mi cuerpo vibró con ese maravilloso sonido.

—No, hay inquilinos viviendo en las tres primeras plantas. El mío es el ático que ocupa toda la planta cuarta y la terraza superior —dijo y señaló hacia arriba.

Seguí la dirección de su mano, boquiabierta.

—Madre mía, eres el puto Christian Grey —murmuré pasmada. Volvió a reírse con fuerza, llenando la calle con el sonido de su risa.

—Anda, vamos. —Me tomó de la mano y tiró de mí hacia las escaleras de piedra de la entrada.

El interior era más moderno que la fachada, que daba lugar a pensar que te ibas a encontrar con una decoración del siglo pasado, pero no. Todo estaba remodelado con un toque bastante minimalista y lujoso. Hasta había un ascensor amplio. Me supuse que habían reconstruido todo el interior para poder encajar bien los huecos. Aun así, me gustó mucho.

Jason sacó una llave, que introdujo en una cerradura que marcaba el cuarto piso. Por lo visto, llevaba directo al interior de la casa. Me sentía como la protagonista de Cincuenta sombras de Grey, en ese instante.

Las puertas se abrieron y dejaron a la vista un amplio recibidor de granito blanco y suelos de gres negro. Decoración escasa, pero con un sutil gusto. Caminé delante, observándolo todo a mi alrededor y asombrada. Él seguía mis pasos, atento a todas mis reacciones.

Llegamos a un amplio, o más bien inmenso, salón con chimenea. Al fondo, un piano negro de cola y una terraza con dos butacas. Seguí caminando hasta quedarme en el centro y vi la cocina, de concepto abierto, a la izquierda. Levanté la vista hacia arriba y comencé a girar como una peonza. Entonces, me paré, lo miré y pregunté:

—¿Tienes un cuarto rojo del placer?

—Jesús, qué daño han hecho esos libros —bromeó él. Dejó las mochilas a un lado y se acercó a mí para rodearme con los brazos—. No, no tengo un cuarto rojo del placer. ¿Debería? —Me reí y me besó.

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