Cuando abrí los ojos ya era noche cerrada y la luna brilla con intensidad en lo alto del firmamento. Miré la hora en el reloj de la mesilla de noche a mi izquierda y vi que eran tan solo las dos de la madrugada. Ladeé la cabeza hacia mi derecha y la vi dormitar a mi lado, tan relajada y hermosa que me sacó una sonrisa.
Ni siquiera habíamos cenado nada, tan solo nos dedicamos a darnos placer el uno al otro y fue, como se suele decir, toda una experiencia religiosa. Me reí al comprender por fin el significado de esa expresión. No tenía ni idea de si lo que estábamos haciendo sería aprobado o no por la sociedad, solo sabía que ya no podía separarme de ella.
Me moví despacio sobre el colchón para no despertarla porque necesitaba ir al baño, aunque mi cuerpo parecía no querer separarse de ella. Caminé despacio por el piso y fui directo al retrete. Noté mi polla sensible y no por la necesidad de evacuar, sino por toda la actividad sexual que tuvimos desde que llegamos.
Apoyé una mano en la pared y las imágenes acudieron a mi mente como una tromba de agua. Los sonidos de nuestros cuerpos chocando mientras la penetraba con fuerza por detrás, cómo ella gemía y se retorcía con cada embestida, su estrechez tan húmeda y deslizante...
—Oh, joder, para —le reclamé a mi mente al notar que empezaba a empalmarme.
Cuando terminé, me eché agua fría por la cara y me miré en el espejo. Ahí estaba el rostro empapado de un hombre roto por dentro que se había vuelto loco y se había follado a su ahijada de dieciocho años.
Solté una maldición, me sequé con una toalla y volví a la habitación. Mis ojos se fueron directo al hermoso cuerpo femenino que ocupaba un lado de la cama. La sábana cubría un conjunto de curvas peligrosas y que incitaban a recorrer sin descanso.
Paseé la mirada por toda ella, desde los pies hasta llegar a esos dos preciosos pechos, pequeños, sabrosos y juguetones que asomaban por encima de la tela blanca. El pelo le caía hacia atrás, dejando a la vista un rostro hermoso, de líneas finas y nariz respingona.
Me senté en el borde de la cama para admirarla más de cerca. Estiré una mano y acaricié el contorno de sus caderas hasta llegar al brazo. Al notar mi contacto, se estremeció y abrió los ojos.
—Hola —dijo, sonriente—. ¿Qué haces? —susurró.
—Admirar tu belleza —confesé embobado.
Ella se rio y se tumbó boca arriba, dejándome esas montañas bien a la vista y provocándome una nueva erección. Llevé la mano hacia ellos y los acaricié con suavidad, con los dedos y rozando de forma sutil todo el contorno. Gena cerró los ojos y gimió. Me incliné sobre ella y tomé un pezón con los labios para besarlo y acariciarlo con la punta de la lengua.
—Mmm —ronroneó ella, a la vez que se retorcía.
Metí la mano bajo la tela, sin dejar de saborear sus pechos, y la deslicé hacia la hendidura.
—Dios Santo, Gen... cómo estás ya —musité con un seno en la boca.
—Es culpa tuya, si me acaricias así —jadeó ella.
Introduje un dedo y soltó un gemido ronco. Estaba tan lista que no podía demorarme mucho más, quería estar dentro de ella, otra vez. Con la otra mano, abrí el cajón de la mesilla y saqué un condón. Me lo puse con suma habilidad y la cogí en brazos para sentarla a horcajadas sobre mí.
—Móntame, pequeña —susurré, mientras la ayudaba a descender sobre mi dureza.
Gruñí en cuanto sentí el calor de su interior envolverme el pene. Gena se arqueó y me presentó sus dos montañitas, que devoré con fervor. Apoyada en mis hombros, comenzó a balancearse sobre mí.
La cogí de la nuca y la atraje hacia mi boca para besarla. Esa forma que tenía de mover la lengua, buscando la mía y enredándose con ella, me volvía loco. Jadeamos al ritmo de sus balanceos, lentos, suaves y sensuales. Estaba claro que no era ninguna ingenua en esto del placer.
—Oh, Dios mío, Jason —exclamó al separar la boca para tomar aire.
—¿Te gusta, pequeña? ¿La sientes toda? —murmuré. Posé las manos en sus caderas y la incité a acelerar más el ritmo.
—Sí, joder, sí. La siento entera —jadeó.
—Vamos, bollito. Fóllame, soy tuyo. Déjate llevar.
—Dios, me voy a correr...
—Sí, hazlo. —Empujé la pelvis contra ella para penetrarla con más fuerza, mientras me montaba y ¡Dios!, estaba siendo maravilloso.
Dejé que disfrutase de su orgasmo, la sujeté con fuerza de la cintura y la contuve mientras su cuerpo temblaba por los espasmos. Gimió alto mientras se corría sobre mí y yo mordisqueaba uno de sus pezones.
Una vez seguro de que había terminado, la levanté en brazos y la coloqué sobre la cama, a cuatro patas. Metí la rodilla para separarle bien las piernas y entré de un solo empujón. Los dos gemimos. La vi agarrar con fuerza las sábanas y retorcerlas con las manos, mientras la penetraba.
Otra vez ese sonido celestial de las carnes al chocar entre sí. Golpeé una y otra vez y otra y otra. La sujeté de las caderas para entrar bien profundo y noté cómo llegaba mi momento, mi clímax.
—Joder, me corro —jadeé acelerando como un loco las embestidas—. Oh, sí —exclamé en cuanto llegué al orgasmo.
Gena respiraba con dificultad, con el culo en pompa hacia mí. Empujé una vez más para vaciarme del todo y, aun dentro de ella, me agaché para darle un beso en la espalda.
Me retiré y quité el condón, con cuidado de no derramar nada. Le hice un nudo y me acerqué a la papelera del baño para tirarlo. Me sorprendí al ver en el fondo los restos de una noche bastante activa. Cinco condones conté y sonreí.
Unos finos brazos me rodearon desde atrás. Noté el calor de su cuerpo pegado al mío y los pechos rozarse contra mi espalda. Comenzó a besarme de una forma suave y seductora. Le acaricié las manos mientras la escuchaba gemir con cada beso depositado sobre mi piel.
—¿Es que tú nunca te sacias? —ronroneé, al mismo tiempo que me giré para tenerla de frente. Cubrí su rostro con las manos y la besé en los labios.
—De ti, nunca —respondió cuando separé mi boca de ella.
—Habrá que hacer algo, entonces. —Y la cogí en brazos para llevarla de vuelta a la cama.
Gena rio, divertida, cuando la dejé caer sobre el colchón. Esa risa hacía vibrar cada fibra de mi ser, y me encantaba escucharla.
—Bollito, te voy a hacer gritar hasta que pierdas la consciencia —murmuré con mi boca recorriendo su cuerpo, que comenzaba a retorcerse al saber lo que iba a suceder a continuación.
—Dios, sí —exclamó ella, en cuanto metí la cabeza entre las piernas y le di la primera lamida a su sexo.
Gritó de nuevo, con más fuerza aún, cuando hundí mi cara en su humedad y la devoré sin descanso. Lamí, succioné, mordisqueé y la penetré con los dedos hasta que todo su cuerpo se retorció de placer, exigiendo más y más y más. Y yo se lo di todo.
—Jason... Jason... —jadeó con dificultad. Sí, ahí estaba el orgasmo apareciendo—. Oh, joder, Jason. Me... me corro... me corro —exclamó y explotó en mi boca hasta empapar mi cara por completo.
Posé una mano sobre su vientre mientras seguía chupando y ella se agitaba por los espasmos. Cerró las piernas alrededor de mi cabeza, aprisionándola y terminando con una relajada risa. Se reía cuando el orgasmo era tan intenso y esta noche había tenido varios.
Le di un beso en el clítoris antes de retirarme, algo que la hizo temblar de nuevo, y sonreí. Me limpié la cara y la boca con la esquina de la sábana y me coloqué a su lado. Pasé un brazo por detrás de su cabeza y la atraje hacia mí. Gena se apoyó sobre mi pecho, con la respiración agitada, y se quedó dormida al instante. Minutos después, la acompañaba al mundo de los sueños, pero sin soltarla.
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Juego prohibidos
Storie d'amoreTras cuatro años lejos de su hogar, Jason regresa a su querida Nueva York con la clara intención de olvidar ese tiempo fuera. Llega justo el día en que una persona muy importante en su vida cumple años. Gena, su ahijada, celebra la mayoria de edad. ...