Me desperté bien temprano, con ella dormitando entre mis brazos y mi mente se puso a divagar a gran velocidad. Recordé lo que hicimos la noche anterior y me maldije por ser tan jodidamente débil. ¿Qué demonios estaba haciendo?
Había empezado un juego muy peligroso con una joven a la que acuné cientos de veces cuando era apenas un bebé. Una niña que vi crecer y a la que consentía en todos sus caprichos porque, y eso no podía negarlo, era mi debilidad. Gena siempre me tuvo a su merced. Pero esto que estaba pasando entre nosotros..., no estaba bien, joder.
Como si escuchase mis pensamientos, se movió y frotó su mejilla contra mi pecho. Bajé la cabeza para mirarla y la vi dormida, abrazada a mí como si tuviese miedo a que la fuese a abandonar. Parecía feliz y relajada, y sonreí. Supe, entonces, que estaba perdido, mi alma se iba a quemar en el infierno.
Miré la hora en mi reloj de pulsera y vi que eran apenas las seis de la mañana. Suspiré, cerré los ojos y tomé la decisión más alocada de toda mi vida. Volví a mirarla, acaricié el perfil de su rostro y le di un suave beso en los labios. Ya de perdidos, al río.
—Mmm, hola —pronuncio aún adormecida.
—Buenos días, bollito. ¿Has dormido bien? —pregunté, aunque sabía que sí lo había hecho.
Gena se incorporó y se acercó a mí para besarme. Le sujeté la cabeza con un mano, mientras con la otra recorría la línea de su columna vertebral hasta dejarla en la base de la espalda. Un beso más entregado, más sincero y que me dejó con un hambre de ella enorme.
Nuestras lenguas dieron comienzo a un baile seductor y ardiente que aceleró nuestros corazones. Queríamos más, necesitábamos más. Se movió en la cama para colocarse sobre mí, pero la detuve.
—Para, no podemos... no aquí —susurré, muy a mi pesar.
—¿No aquí? ¿Significa eso que en otro sitio sí te acostarías conmigo? —quiso saber ella.
Le aparté el pelo de la cara y se lo coloqué tras la oreja. Repasé de nuevo el contorno de su mandíbula y me detuve en los labios. Respiraba de forma acelerada y en sus ojos pude ver el brillo de la lujuria. Esa debía de ser también mi expresión porque ella sonrió. La atraje hacia mi boca y la devoré con fervor.
—Tengo que ir a recoger unas cosas a la oficina, pero volveré a buscarte en unas horas. ¿Podrás estar lista para entonces? —pronuncié contra su boca.
—¿A dónde me vas a llevar? —ronroneó y se frotó contra mí de forma seductora. Llevó una mano hasta mi entrepierna y sonrió al notar mi erección. La apretó con delicadeza y gemí.
—Gena, para o me voy a correr en los pantalones —supliqué, aunque desde mi fuero interno había una vocecita que gritaba que continuase con ese masaje.
—Ardo en deseos de tenerla dentro de mí —musitó cerca de mi boca, mientras la estrujaba y movía la mano arriba y abajo.
—Joder, Gena —gruñí.
—Dime que me vas a follar, Jason.
—Dios, sí, pero detente o sigue... no me tortures más. —Mis caderas se movieron de forma involuntaria contra su mano. La escuché reír y le pellizqué el trasero.
Se deslizó en la cama hasta mi pelvis. Sabía que debía detenerla, podían oírnos..., pero no podía. No quería. La vi manipular la cinturilla del pantalón para liberar mi miembro. En cuanto lo tuvo fuera, lo acarició con suavidad y lo admiró. Mi polla palpitó y se movió de forma involuntaria ante esa expresión de deseo.
Me miró y esbozó una pícara sonrisa para después pasear la lengua a lo largo de todo el falo. Gruñí y me retorcí, metí las manos bajo la almohada y cerré los ojos en cuanto sentí el calor de su boca envolver mi pene. Joder, lo hacía de maravilla.
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Juego prohibidos
RomanceTras cuatro años lejos de su hogar, Jason regresa a su querida Nueva York con la clara intención de olvidar ese tiempo fuera. Llega justo el día en que una persona muy importante en su vida cumple años. Gena, su ahijada, celebra la mayoria de edad. ...