Capítulo 4 - Jason

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Tras una hora de conducción temeraria, cantando algunas canciones que sonaban en los altavoces y de escucharla reír de una forma tan relajada, pasamos al silencio que nos acompañó durante una parte del trayecto hacia Southampton.

La observé en algún que otro momento, pero sin dejar de estar atento a la carretera. Gena miraba hacia la bahía a nuestra derecha, mientras recorríamos la nacional 27. La luz del día empezaba a ser cada vez más tenue, pero algunas briznas de rayos anaranjados se colaron por la ventanilla y acariciaban su cabello castaño. Sonreí, en verdad que era una jovencita muy hermosa.

—Bueno, y dime. ¿Hay algún novio al que deba de someter a un duro interrogatorio? —pregunté para romper el silencio. Ella desvió la mirada de la carretera y fijó en mí esos bonitos ojos marrones tan expresivos.

—Lo cierto es que no —contestó. Cambió de posición y se apoyó contra el costado del asiento para mirarme.

—¿Por qué no quieres o porque...?

—No quiero complicaciones en mi vida —soltó acompañado de un suspiro. No pude evitar reírme ante ese comentario tan..., adulto—. No veo qué te hace tanta gracia, la verdad —refunfuñó como una niña pequeña. Me enterneció ver esa expresión, algo de mi bollito quedaba en ella.

—Perdona, es que me ha sorprendido esa seguridad con la que lo has dicho. Nada más —me disculpé. Cambié de marcha para acelerar el coche y adelantar a un par de autocaravanas que iban delante de nosotros.

—Bueno, tú tampoco te complicas mucho la vida con otras mujeres...

—¿Qué te hace pensar que no tengo novia? —Mis palabras me sonaron fatal y me arrepentí en cuanto las dije, sobre todo al ver la expresión de desilusión en su rostro.

—Oh, yo... yo pensé que... bueno, tú nunca nos has presentado a... —Aprovechando que estábamos en una recta con una amplia visibilidad, solté una mano del volante y la posé sobre las suyas. Las tenía apoyadas en las piernas desnudas, ya que se había puesto unos shorts vaqueros. La acaricié con ternura, rozando el muslo con mi pulgar. Gena levantó la cabeza y me miró a los ojos.

—No hay nadie, nunca ha habido nadie —confesé sin más. Algo en mi interior me pedía que fuera sincero con ella y así lo hice..., salvo por la omisión del detalle de que sí hubo alguien durante el tiempo en que estuve fuera, pero eso era un mal recuerdo que pretendía olvidar.

Gena suspiró y movió las manos hasta dejar la mía sobre su muslo. Un calor se alojó en mis pantalones y sentí un tirón en mi entrepierna. Me tragué una maldición. ¿Qué coño me estaba pasando? Era mi ahijada, joder.

—No tengo novio, pero sí tengo..., amigos, por llamarlos de alguna forma —dijo.

—¿Amigos? —Supe al instante a qué se refería, pero quería que me lo confirmase ella.

—Sí, ya me entiendes. Gente con la que pasar el rato y...

—¡Geneviév von Bismark! ¿Te acuestas con amigos? —exclamé sorprendido, divertido y sintiendo un puntito de celos a la vez.

—Oh, por favor, sabes que odio que me llames así —protestó ella.

Quité la mano del muslo y la coloqué sobre la palanca de cambios. Necesitaba aferrarme a algo y el tacto de su piel no era lo más indicado ahora mismo.

Silencio de nuevo.

—Espero que estés tomando precauciones —le dije sin desviar la vista de la carretera.

—¿De verdad quieres tener la charla de sexo conmigo ahora, padrino? —Esa forma de enfatizar la última palabra me descolocó. ¿Estaba coqueteando?

Juego prohibidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora