Llegamos al hospital en pocos minutos, casi al mismo tiempo que la ambulancia. Con Gena cogida de la mano, entramos corriendo en la recepción de las urgencias y nos dirigimos al mostrador. La sanitaria les detalló el caso a los médicos que rodearon la camilla y nos señaló a nosotros. Uno de los doctores, el más mayor, asintió. Miró al resto del equipo y les dio una serie de indicaciones. Luego, mientras se llevaban a Gwendy al interior del hospital, se acercó a nosotros.
—¿Son los familiares de Gwendoline von Bismark? —nos preguntó.
—Así es —contesté yo. Gena apenas se tenía en pie, no dejaba de temblar entre mis brazos.
—Bien, les voy a ser muy sinceros. Sufre de una conmoción cerebral severa y puede que tenga varias costillas rotas —relató. Mi sangre dejó de circular.
—¿Qué... qué quiere decir con...? —balbuceó Gena.
—Que le sangra el cerebro por dentro. En principio, no tiene por qué ser nada grave. Es debido a los golpes que ha sufrido, pero hay que operarla de urgencia y bajar la inflamación —contestó. Ella sollozó y volvió a ocultarse contra mi pecho.
—Doctor, sálvela, por favor —supliqué, sin poder decir nada más porque estaba a punto de romper a llorar allí mismo.
—Haremos todo lo que esté en nuestras manos, se lo prometo. Pueden esperar en la sala a que vengan a informarles. Mis compañeros la están preparando ahora para entrar en quirófano —dijo, y desapareció al otro lado de las puertas que se abrieron nada más acercarse.
Una enfermera nos indicó de forma amable la sala donde debíamos esperar y me fui con Gena en brazos hasta allí. Me senté en uno de los confortables sofás y la deposité en mi regazo. Ella se aferró a mi cuello y lloró. La abracé y le acaricié la espalda para calmarla, aunque a mí me rodaban lágrimas también por las mejillas. Iba a tener pesadillas con esa imagen.
Dos horas más tarde, aún seguíamos esperando en esa sala de colores azul pastel y blancos, muy tranquilizantes, pero en mí no estaban surtiendo mucho efecto. Gena se había quedado dormida de tanto llorar. La había tumbado y cubierto con mi chaqueta.
Yo estaba de pie, frente a la larga cristalera que ocupaba una de las paredes de la sala y que daba a un jardín interior del hospital. Me había hecho un café en una de las máquinas por allí desperdigadas y observaba hacia el exterior, sin prestar atención a nada en particular. Saqué el móvil del bolsillo del pantalón y llamé a Jennifer para decirle que atendiera mis reuniones del resto de la semana. Le conté un poco por encima lo sucedido y, obviamente, se ofreció para ayudarnos en lo que necesitásemos.
Guardé el teléfono de nuevo en el bolsillo y le di otro sorbo al café. Demonios, sabía a rayos. Ni el azúcar lo había arreglado. Escuché a Gena moverse en el sofá y me giré rápidamente hacia ella. La vi desperezarse y abrir los ojos. Tiré el vaso de cartón a la papelera y me senté junto a ella.
—Ey, hola —susurré. La acerqué a mí y le di un beso en la sien.
—¿Han venido ya ha...?
—¿Familiares de Gwendoline? —preguntó una voz al otro lado de la sala. Nos pusimos de pie como un resorte.
El médico caminó hacia nosotros, no era el mismo que nos atendió al entrar, pero intuí que debía de tratarse del cirujano que la acababa de operar. Ya a nuestra altura, me tendió la mano y yo se la estreché.
—Soy el doctor Kavanah y soy quien ha operado a...
—Su madre. Ella es Gena, mi ahijada. Gwendy es mi amiga —le expliqué de forma rápida.
—¿Está bien, doctor? —quiso saber Gena.
—Bueno, hemos conseguido detener la hemorragia cerebral, pero las próximas horas son críticas. La dejaremos en observación. Aparte de la conmoción, tiene dos costillas rotas y el brazo dislocado. Quitando el sangrado de la cabeza, podemos decir que ha tenido suerte —contó el doctor.
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Juego prohibidos
RomansaTras cuatro años lejos de su hogar, Jason regresa a su querida Nueva York con la clara intención de olvidar ese tiempo fuera. Llega justo el día en que una persona muy importante en su vida cumple años. Gena, su ahijada, celebra la mayoria de edad. ...