Sean
La tarde se cierne sobre nosotros, y el aire permanece cargado de electricidad. Emma camina a mi lado, sus dedos entrelazados con los míos, como si fuera una pequeña temiendo a perderse.
Aquella recepción se alza ante nosotros, solo me adelanto para abrirle la puerta y, sin demora, entramos al vestíbulo de lo más alejado que encontré. El ambiente es festivo, y el calor del aparato no es capaz de disipar la tensión en el aire.
La observo con una media sonrisa mientras paso mi brazo sobre sus hombros. Pronto, el frío la hará temblar, aunque algo me dice que después de esta noche, su aroma se mezclará con el mío.
— ¿Nos iremos pronto de aquí? —pregunta, ansiosa.
— Eso espero —respondo, firme —. No necesitamos más drama.
Aunque parece perseguirnos.
Frente al escritorio, el recepcionista nos recibe con ojos cansados.
— Una cabaña para la noche.
Empieza a teclear con desgana ante mi solicitud.
— Una noche cuesta ciento ochenta y nueve libras.
Asiento, entregando mi tarjeta e identificación. No es mucho tiempo hasta que recibo el sobre con dos tarjetas, le entrego una a Emma y juntos giramos hacia la salida.
— !Sean!
El grito rasga el momento, y ambos volteamos hacia la fuente de la voz. Priscila, impredecible como siempre, se abalanza sobre mí en un abrazo que hace soltar a Emma para sostenerla. Sus brazos me rodean con fuerza, no parezco reaccionar cuando Emma queda atrás.
— ¡Sabía que lo harías! —exclama, su risa llena el vestíbulo.
Me hago hacia atrás para mirar, en sus ojos veo la complicidad de estos últimos meses y seguro que alguna monja fue corrompida por ella.
— No sabía que las religiosas hacían sus retiros aquí. —comento, dejándola en el piso y me percato de la ropa de payaso que se consiguió.
— ¡Qué humor, amiga! —exclama, con una chispa de malicia. Luego detalla a Emma y vuelve a mí con una ceja ceja arqueada —. Creo que tienes mucho qué confesarme, ya sabes, te puedo absolver.
— ¿Si sabes que no funciona así?
Bufa.
— Lo que sea, igual debiste ver la cara de tu piloto, el pobre quedó traumado.
— Señor Davies —interrumpe el mencionado con cara de amargado —. ¿Planea prolongar su estancia?
— No, mañana en la noche nos iremos —aseguro —. ¿Por qué no van a registrarse?
Asiente de acuerdo y ella sale detrás de él, con su cabello alborotado y la emoción de su libertad. Luego, me adentro con la enana en el sendero, en cuestión de minutos estamos dentro de nuestra cabaña.
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Tormento Inmoral [+21]
Teen FictionDisparos. Sangre. Muerte. Todo pecado tiene penitencia, y por ello la desgracia ha caído sobre los Davies, dejándolos en el ojo del huracán se ven obligados a atenerse a las consecuencias de su depravación. La pequeña Emma, devastada y con el cora...