9. La escena del crimen

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Dicen que uno siempre regresa a la escena del crimen.

Aunque trate de negarlo toda la semana, ese viernes regrese al teatro y aunque me esperaba que algo fuera diferente no lo fue. Nadie guardó un silencio condenatorio cuando llegue o se levantó para señalarme con un dedo acusatorio, ni siquiera King me miró diferente cuando me lo encontré en la entrada.

Quizás porque nadie sabía o le importaba.

O quizás porque todos se habían comprometido tanto con los arreglos que se concentraba solo en su trabajo, estábamos rellenando huecos en las paredes y lijando el suelo.

A mí la paranoia me tenía tensa y distraída, pensando en esa noche. Estúpida y tonta noche en que en el centro de ese escenario, como el acto principal de una obra, un oficial uniformado me había dado el mejor orgasmo que había tenido en mi vida.

Debíamos representar un cuadro absurdo, yo recuerdo haber usado mis mallas de baile y mi camiseta rasgada y manchada favorita pero que me hacía ver cómo si me hubiera atacado un perro y él tenía su uniforme completo, quiero decir, no tenía ni puta idea de que formaba un uniforme o no, pero parecía muy completo con toda su camisa y pantalones oscuros, su cinturón, sus botas y una chaqueta con un enorme POLICIA DE NUEVA YORK por detrás. Se habrán visto cosas peores en mejores escenarios de la ciudad.

Pero no dejaba de quitarme la sensación de humillación.

No ayudaba tampoco que el grupo de no apoyo al trauma hubiera organizado una reunión para hoy y me estuviera esperando para sacarme todo lo que no había contado el otro día.

Aunque era ridículo al final del día espere hasta que la mayoría del grupo se hubiera ido para salir del baño donde me había cambiado para la reunión, ya me habían visto con la botarga pero mi orgullo no me permitía aparecer de nuevo tan espantosamente vestida.

Al salir y mirar a mi alrededor recibí un silbido que me sobresaltó.

- Nena - dijo Jona, una ex pandillera que realmente estaba cumpliendo trabajo comunitario después de participar en una pelea de bar a los cincuenta - ¿Tienes planes?

Me volví y le sonreí brevemente. A ella y a su mejor amiga Lucía que también había estado en la pelea. Aunque inicialmente intimidantes, ellas y los otros que estaba cumpliendo con su condena, había sido muy dulces y amables conmigo, todos y cada uno felicitándome por haber roto una nariz de un solo golpe, aparentemente me veían futuro. En qué exactamente, no estaba segura.

- Estas guapa - aseguró Lucía - Aunque yo le pondría cuero por encima si quieres atraer un buen polvo.

- Solo voy a verme con unas amigas.

Ellas abuchearon. Con sus brillantes cabellos plateados con mechas rojo y azul eléctrico, también se habían cambiado de la ropa desgastada y manchada por pantalones de cuero y tops de lentejuelas.

- Con esas piernas y esa actitud de mala leche, yo estaría cazando, nena - dijo Lucía.

- Yo ya tendría una fila esperando - comentó Jona.

Me reí, comprendiendo la dinámica de su relación y divirtiéndome con ellas.

- Yo apuesto que ustedes aún cazan muy bien, señoritas.

- No tan bien como tú - me señaló Jona con sus cejas arqueadas hacia algo a mi espalda.

Solo podía imaginarme que o quién era el que se acercaba, lentamente me volví usando esa renombrada actitud de mala leche porque a través de la pasarela en la que nos encontrábamos y subía hacia los vestidores pero que también conectaba el vestíbulo con el segundo piso, se acercaba el jodido teniente. Está vez no usando su uniforme completo sino una camiseta y pantalones negros simple pero viéndose igual de estoico y terrible.

Rómpeme +18. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora