1. Otra noche, otro infierno.

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Envolví los dedos de mi mano derecha alrededor del pequeño cristal tubular rebosante en líquido ámbar, mi octavo shot de whisky. Fruncí los labios mirando con desdén la alocada fiesta que se desarrollaba frente a mi, había llegado con Jeffrey y como era de esperarse el cachondo gay desapareció en un parpadeo. Mire como un par de chicas rubias trastabillaron frente a la barra, una usando de apoyo a la otra salieron a la oscura noche con el rostro verde y pensé superficialidad que era una buena fiesta, musica que hacía retumbar el suelo, luces fluorescentes, mucha y enloquecida gente, alcohol...y drogas.

Después pensé que en el mundo existen muchas cosas que detesto; las parejas odiosamente cursis, la sopa, los lunes, la canela, el color naranja... y así puede continuar la lista, una de ellas son las drogas. Nunca las he usado y sinceramente no me interesa usarlas, mi opinión es que solo causan problemas.

Lo que me ponía de peor humor cuando ya dos tipos habían intentado ponerme algo en la bebida indiscretamente y otros tres me lo habían ofrecido abiertamente.

Suspire sacudiendo la cabeza, me había jurado a mi misma nunca mas dejarme llevar por las locas ideas de Jeffrey, y lo había logrado por dos años. Trabajando como una condenada, manteniéndome alejada de bares y fiestas, ignorando los comentarios de mi compañero de piso diciendo que era una mustia... Pero en cambio de eso estoy encorvada en una silla, mareada hasta el alma, discutiendo internamente temas aleatorios.

Lo cuál es patético. Y no tienen ni idea de cuán irritada estoy además.

Pero anda, habían sido semanas difíciles.

Accedí a ir a esa estúpida fiesta para olvidar mi terrible día y lo que estaba logrado hasta ahora porque el colmo fue que se me congeló el trasero.

Termine mi bebida y me estaba levantando para ir al baño cuando una gran mano se cerró entorno a mi brazo.

No, otra vez. Con una mirada de absoluto desprecio miré al hombre dueño de la mano, el mismo que me había molestado dos veces en la última hora y del que creía ya me había librado.

Y sí, su aspecto no había cambiado a la tercera vez. Seguía viéndose como alguien con un palo en culo, pomposo y demasiado pagado de sí mismo.

Ryan. CEO. Con bastante dinero para comprar medio Brooklyn . O al menos eso es lo que me había repetido la última vez.

No estaba para nada impresionada. Por mi podía ser el CEO del maldito Júpiter y toda sus lunas. No había ido a ese lugar para follar con alguien, creedme ya he aprendido la lección.

- Vi que tú amigo se iba - me envió esa sonrisa perezosa - No me perdonaría verte un solo minuto más tan sola.

Mi respuesta se limitó a un gruñido muy poco femenino pero que indentificaba todo lo que sentía en ese momento. Me sacudí de su brazo y lo rodeé para dirigirme hacia la salida.

No me sorprendía que Jeffrey se hubiera ido, muy probablemente con el imbécil de Massimo. Su follamigo que no era tan amigo.

- Dulzura, te propongo algo...

- Vete al infierno, dulzura - lo golpeé con mi hombro al pasar junto a él.

Avancé esquivando a los ridículos bailarines borrachos, logré llegar hasta la salida no sin antes recibir varios pisotones. Zarandeando las llaves en mis manos caminé por la calle flanqueada por coches, no quiero ni pensar cuantos de ellos terminarán abollados.

Si algo he aprendido es que la opción mas segura y sensata es dejar el coche varias calles mas abajo y con vista a la carretera, aunque tampoco es muy sensato manejar borracho.

Me detuve abruptamente en medio paso, fruncí los labios y lleve dos dedos a mis labios. Me giré para mirar tras de mí.

Había jurado que había escuchado pasos...

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