14. Di mi nombre

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Algo que tontamente no consideré fue su edificio, regresar al terrible lugar del trauma. Y cuando me llevó al ascensor me sentí tentada a pedirle que usaramos las escaleras como en cualquier otro edificio al que visitaba, así fueran treinta pisos hacia arriba.

No lo hice.

Era una estúpida orgullosa que no lo admitiría nunca.

Y por eso terminé encerrada en una trampa metálica que al parecer habían renovado y no hacia ese ruido extraño como la otra vez, miré fijamente los números pasar uno por uno y cuando fue insoportable me aferré a algo más

Lo tomé desprevenido al rodear su cuello con mis manos y estirarme para besarlo profundamente.

— Bésame como si no existiera nada más, teniente — pedí.

Él lo hizo, rodeándome con sus brazos y doblandome por la cintura me besó con la suficiente fuerza para que mis pies dejarán de tocar el suelo pero con la misma sorprendente suavidad con la que me preguntó sobre mi vida en el internado. Me olvidé de donde estaba o qué tal vez el cacharro metálico podría volver a fallar y que está vez no sobreviviría, el momento solo interrumpido cuando hubo una suave campana y él me empujó tras su cuerpo.

Dos hombres entraron, uno con una tremenda expresión hastiada que no levantó la vista de su teléfono con el ceño fruncido. Él otro también era serio y con una expresión impasible, al entrar miró hacia Thomas y solo brevemente hacia mí antes desviar la mirada.

— Buenas noches — dijo con voz queda.

Murmuré mi saludo.

Hubo un silencio incómodo al subir los cuatro pisos restantes, Thomas juntó nuestras manos y se volvió un par de veces para mirarme persistentemente. Le fruncí el ceño porque me estaba avergonzando.

Y tenía la vaga sensación de que conocía a uno de esos dos hombres.

Al llegar al piso veinte la puerta se abrió, Thomas se aclaró la garganta y ambos se hicieron a un lado para dejarnos pasar.

Antes de que las puertas se cerraran miré una última vez hacia atrás por curiosidad donde el segundo hombre, de cabello pelirrojo y no en un traje tan costoso como el otro me miraba pensativamente.

Lo olvidé inmediatamente después al doblar la esquina porque Thomas se inclinó y me echó sobre su hombro. Chillé.

— Puedo caminar, grandísimo cabrón — golpeé su espalda.

— No lo suficientemente rápido, dulzura.

— Tu fuiste el que quería cenar primero — acuse — Que por cierto no te hagas ideas absurdas porque eso no significa nada para mí. ¿Me oyes, amigo?

— Fuerte y claro.

— He venido aquí para que termines lo que no hicimos aquella noche, solamente.

Lo escuché abrir la puerta, entrar y cerrar de un portazo, después no logré ver mucho del departamento mientras me llevaba por un vestíbulo y hasta una sala. Me sobrevino un mareo cuando me puso de pie sobre un sofá, parpadeando lo enfoque en dos tiempos. Él sonreía, sonreí en respuesta porque era su sonrisa dulce.

No era justo que su rostro normalmente mortal se volviera dulce cuando sonreía.

Colocando mis manos en sus hombros me acerqué a su boca, él abrió sus labios y sus ojos se encapotaron con la anticipación pero no llegue a besarlo. Me burlé de él en escarmiento.

— Hombre maravilla — susurré — ¿Qué tal un recorrido...?

— Después — él metió sus dedos en mi cabello para acercarme y completar el beso.

Rómpeme +18. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora