16. Lo siento.

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Me sentía mal tres días después y por primera vez en años considere reportarme enferma al trabajo, pero en la cafetería estaba aún en periodo de prueba hasta que el apestoso gerente lo decidiera y engañé a mi misma diciendo que lo que tenía era estrés acumulado y remordimientos.

Jeffrey, que lentamente se dignó a hablarme y romper con la ley del hielo, echó una mirada a mi rostro y dijo que podría estar teniendo un resfriado por el inicio del invierno. Lo descarté inmediatamente porque vivir casi trece años en las jodidas montañas de los Alpes me había dejado prácticamente inmune al frío y a las nevadas. Además, siempre tomaba vitaminas y suplementos para el déficit de luz del sol y una alimentación balanceada.

Já. Mi jornada laboral se reía de regreso con esa afirmación.

Lo que me tenía realmente mal era recordar la noche en el privado del Folie. Por primera vez desde que trabajo allí me ofrecí a jodidamente darle un poco de acción y marcar una mueca en el poste a un cliente, tanto literalmente como no, para ser rechaza duramente por el tipo. Pero no era mi orgullo herido o la humillación, era mi corazón lo que se quejaba.

Había ido demasiado lejos en mi afán por mantener la distancia, lo había ofendido y me había ofendido a mí misma.

Y también había gritado algo que lo había herido.

Cuando la marea de desayuno bajó me permití apoyar las manos en el mostrador y cerrar los ojos un momento. Anna, la chica nueva que había entrado está semana después de que una mesera gritara que no soportaba ni un minuto más el domingo, se detuvo a mi lado y me miró atentamente.

— ¿Te sientes mal?

Ella era una cosita dulce. Rubia, con conmovedores ojos celeste bebé y un atractivo particular, presionó el dorso de su mano en mi frente y después en mi mejilla. Le sonreí brevemente.

— Estoy bien.

— No te ves bien. Quédate aquí, ya regreso.

Como era bastante malo que dos meseras se detuvieran para tomar un necesario aliento, ella recogió una jarra de café y dió una vuelta para rebastecer antes de regresar. Del bolsillo de su falda sacó algo que empujó en mi mano. Miré hacia abajo y arqueé las cejas.

— ¿Analgésico con forma de frutas para niños? — susurré leyendo la etiqueta— ¿Extra fuerte contra los moquitos? ¿Extra divertido contra los gérmenes?

Ella sonrió, casi con una disculpa.

— Tengo dos sobrinos en casa — aclaró — Lo compré está mañana suponiendo lo que viene cuando regresen a la escuela. Tienes la nariz roja y si no tienes fiebre desde ya lo tendrás en la tarde. Eso te sostendrá de pie hasta que termines tu turno.

Primero me tomó dolorosamente por sorpresa la parte de que tenía niños a su cargo, cuando llegó a principios de semana prácticamente rogando por un lugar vi e identifiqué la desesperación por un empleo que yo misma había tenido al buscar, pero mis responsabilidades eran ridículas en comparación con tener a niños en casa. Y después me conmovió tanto que fuera tan amable conmigo que se me llenaron los ojos de lágrimas.

Sus cejas se unieron y me señaló.

— Te lloran los ojos también, ¿estas segura que estás bien?

— Yo... ah — sorbí y me reí, después agite una mano porque estaba comportándome raro  — Si, estoy bien.

Gracias, maldito teniente.

Ahora no solo me ponía sentimiental por cualquier maldita cosa sino que comenzaba a amar a las personas.

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Rómpeme +18. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora