No era una historia diferente.
Ni siquiera la más emotiva que podrías escuchar.
Mi padre había sido patrullero y también mi abuelo antes que él, mis tíos y primos también estaban de una u otra forma en el cuerpo. Encadenados a un uniforme. Las reuniones familiares se daban por turnos para que todos llegarán a asistir en medio de las demandantes jornadas y siempre pasaba que alguien se levantaba de la mesa en media cena sin explicación porque lo llamaban por la radio por un incidente. La comida se enfriaba. Los chistes de perdían.
Mi abuela había dicho una vez que esto siempre le dejaba un sabor agridulce porque a la vez que detestaba que todos fueramos esclavos de una institución también estaba muy orgullosa de cada uno.
Además estaba el asunto que siempre habían y habrán funerales con mayor regularidad que una familia común. Las personas mueren, es una verdad universal, pero cuando se corre directamente al riesgo y al peligro todos los días, esa línea entre la vida y la muerte ya no existía como algo lejano sino que podría ocurrir en cualquier maldito momento.
Yo no le temía especialmente.
Ya no.
Principalmente porque había visto a lo que llevaba el miedo en una persona con el poder y facultad de portar un arma e imponer justicia. Lo llevaba a uno del lado equivocado de la cordura.
Mi padre no se había hecho policía por las razones correctas, solo había buscado un puesto donde fuera legal matar a otra persona a quemarropa y tener entrenamiento sobre todo tipo de formas de ejercelo. Para desgracia de mi abuelo y aún más de mi madre, él no era un buen policía o siquiera un buen padre.
Por eso y el infierno consecuente en el que había convertido nuestras vidas, mamá me odió un poco cuando le dije que me uniría a la academia con dieciséis años. Ella quería detener la cadena conmigo y mi hermana, yo también desde luego.
Pero mi estilo nunca había sido huir o rodear el obstáculo, sino enfrentarlo hasta que no quedará nada. Hacerlo mí problema.
Iba a demostrar que no importaba cuántos monstruos inestables lograran estar en el poder y hacer una mierda con las responsabilidades que se les habían brindado, podrían haber también buenos policías con cordura y sentido para detener a estos y otros. Era una pelea contra un fantasma, lo sabía. No importaba que tan lejos llegara desde novato, patrullero, detective, teniente, sargento o incluso un maldito capitán. No borraba lo que mi padre le había hecho a la sociedad o que me habían hecho evaluaciones psiquiátricas extras por el presente Peterson.
Tampoco eran las razones correctas para ser policía, me había dicho mi terapeuta de cabecera. Pero al menos hacían bien mi trabajo y estaba sacando a basuras idiotas con narcóticos peligrosos de las calles, por las razones que fueran.
Joseph Ramírez, dicho terapeuta, que atendía regularmente a varios oficiales de policía y bomberos en la ciudad, me hacía pagarle cuando desarrollaba sus sesiones con conversaciones que perfectamente podrías tener con un amigo en un bar y quizás precisamente por eso era tan popular. Porque le quitaba un poco de la tensión añadida a ir a terapia para admitir la mierda en tu cabeza al llamarte gilipollas o decirte letra por letra que sacaras la cabeza del culo.
Era mi amigo, a pesar de todo. Podía admitir que él sabía de lo que hablaba.
Debería salir más, también había dicho. Por años había tenido una meta que alcanzar que no había existido nada más que el trabajo y el siguiente caso, lo ocurrido con Tarah June hacía dos años no había sido tampoco un buen aliciente para salir más. Mi mente podía comprender que no me podía seguir esclavizando con el trabajo pero la realidad siempre era diferente.
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Rómpeme +18.
Teen FictionÉl lucía como alguien que caminaría directo al infierno. Thomas Peterson, teniente de la policía de Nueva York, era un riesgo para cualquier corazón ya sea que estuviera roto o no. Dominante, arrogante y en general un cretino sabe lo que quiere y cu...