11. Trescientos

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— Tarah, por el amor a todo lo bello. ¡Eres una maldita necia! — separé el teléfono de mi oído ante la estridente voz de Jeffrey. 

Nuestra conversación había iniciado en un tono suave de lentos arrumacos, eran apenas las diez por lo que él apenas se estaba despertando mientras que yo ya llevaba tres horas laborales en una larga mañana en la que la cafetería parecía haber sido arrojada al centro de un torbellino. Al parecer había una maratón o algo parecido en la avenida por lo que habían entrado un selección de hombres y mujeres sudorosas y con una asquerosa energía positiva para ser un domingo por la mañana.

Y desde que era la única mesera que se había puesto corrector en las ojeras esa mañana, era la que tenía que atender las mesas con una servicial sonrisa y un uniforme asfixiante.

Lo agradecía, realmente. Que la espalda acalambrada y el ceño fruncido no os engañe, estaba exultante. Estaba cerca de reponer el deficit en mi parte del alquiler por el taxi de hace tres noches y que perdiera mi cartera esa noche.

Lo único que necesitaba era resistir hasta las cuatro en una pieza.

Y que Jeffrey apaciguara a la señora Díaz hasta la noche con el alquiler del departamento.

Algo curioso y que no había pensando hasta ese momento es que no había visto a Jeffrey en toda la semana apesar de compartir el departamento.

— ¡Por una jodida vez en la vida deja que yo te ayude!

— No es necesario, realmente. Un momento, Jeffrey… ¿Más café, señores? — sonreí de medio lado a un par de hombres en su tercera edad y su tercer café, uno negó sin levantar la mirada de su periódico mientras que el otro lo mantuvo muy al sur de mi rostro mientras asentía. No me importaba mientras mantuviera sus manos quietas y dejara propina. Llene su taza y las de otras tres personas antes de regresar hacia teléfono en la pared de la cocina — ¿Jeffrey?

— ¡Respira, maldición!

La mitad de la llamada se la pasó maldiciendome por lo que solo asentí como si me pudiera ver. Tampoco yo me caía muy bien en ese momento.

Estaba evitando a mis amigos y haciendo mi propia maratón de ir de un trabajo a otro sin parar.

No sabía que iba a pasar cuando mi cuerpo ya no diera una y me tuviera que detener para examinar mi cerebro de mierda.

— Llevaré los trescientos en la noche, en verdad.

Él suspiró, molesto.

— Lo sé, querida — una pausa luego él dijo: — ¿Pero a qué costo? Te estás haciendo daño, Tarah. ¿No se supone que hoy era tu día libre?

Lo era, de hecho. Pero necesitaba hacer las horas extra.

» Te fuiste sin despedirte porque sabías que yo te habría esposado a la cama, es un locura y lo sabes perfectamente. Yo pondré los trescientos.

— Ya no tiene sentido, Jeffrey. Ya los tengo los llevaré en la noche.

— ¡¿A qué maldito costo, Tarah?! ¿Cuánta vida te está robando esa estupidez que llamas orgullo? ¿Crees que tu padre lo reconocerá, algun día que entenderá tus razones, que te dará más atención de lo que te da ahora?

— No quiero su atención, Jeffrey — respondí amargamente, por haberle contado parte de mi historia familiar a él solo para que lo saque a relucir siempre que puede— Quiero saldar deudas.

— ¡Una maldita deuda fantasma! — gritó y después suspiró — Déjame ayudarte.

Yo también suspiré, frotándome la frente con el dorso de la mano.

Rómpeme +18. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora