No puedo creer que sin pensarlo dejé a todos abandonados en el campo de árboles. Soy tan egoísta, tan irracional, y, al mismo tiempo, tan falto de apoyo de los que se hacen llamar mis amigos.
Me siento como la persona más humillada del planeta en cuanto apago el auto, no sabiendo muy bien cómo he llegado al pueblo más cercano, pero sé muy bien que, al levantar mi mirada, y ver frente a mí una pequeña tienda, es la única señal que necesito para intentar olvidar mis desgracias, aunque sea solo un par de minutos.
Estoy seguro de que ellos no me necesitan, y ya me escapé, no tienen forma de encontrarme. Solo un instante necesito despejarme, y luego volveré para enfrentar las consecuencias.
Pese a que debe ser obvio lo nervioso que me siento por estar solo, con algo de valor y mis temblorosos brazos me decido a bajar del auto para entrar en la tienda, que es pequeña, con algunas frutas y verduras, una estantería de diferentes snacks, nada parecido a lo que podría encontrar comúnmente, y una chica apenas levanta la mirada del mostrador en donde está sentada, deja a un lado la revista que está leyendo para sonreírme.
—¿En qué te puedo ayudar?
Esa es una pregunta bastante irónica para todo lo malo que ha ocurrido solo en unas cuantas horas de la mañana.
Como fuera, solo enredo un poco mi mano en mi cabello para apartarle de mi rostro, caminando un par de pasos para no verme tan confundido en el umbral de la tienda, la pregunta de si me percibo algo fuera de lugar resuena en mi cabeza, pero solo intento apartarle mientras me decido a comprar cualquier chocolate que haga menos amargo el hecho de verme destrozado por llorar tanto.
O esa hubiese sido una mejor intención de no haber levantado por completo mi cabeza, y darme cuenta que, a un costado del lugar, hay un par de refrigeradores con varias bebidas. Y mis dedos comienzan a moverse ansiosos sobre mi pierna, la sensación seca en mi boca me recuerda que solo hay una alemana forma de lidiar con mis problemas, y saber que lo detesto porque me ha recordado a Froylán Knight.
—Solo necesito una cerveza — como si hubiese acabado de confesar uno de mis pecados, en seguida siento mis mejillas enrojecer mientras ella sonríe, señalándome el refrigerador de la izquierda.
—Puedes revisar al fondo.
Por más que tardo un par de segundos para que mi conciencia se arrepienta y me grite que esto es una mala decisión, solo aparto esa molesta voz en mi cabeza, decidiéndome que es mi maldita vida y yo puedo arruinármela como me entre en gana.
Soy un experto haciendo eso.
Medio reprimido por mis malos pensamientos, medio incentivado por la depresión, me doy la tarea de caminar hasta el refrigerador bajo la atenta mirada de la chica, el frío del aire acondicionado al abrirle es lo único que hace falta para secar las últimas lágrimas que recorrían mis mejillas, el olor metálico de las latas llega rápido a mis pulmones, la sensación helada del vidrio al mover unas cuantas botellas, revisando hasta encontrar una que me alivie el mal momento.
Estoy buscando una cerveza en una tienda cualquiera de un pueblo en medio de la nada. Perfecto, para esto estaba destinado mi día.
—No hay alemana — sabía que esto era demasiado fácil. No puedo evitar pasar una de mis manos por mi rostro, ahogando el pensamiento de que debo darme por vencido —. ¿Tiene Heineken?
—Más abajo — mucho más abajo.
Termino por arrodillarme frente a esta, extendiendo lo más lejos que puedo mi brazo al fondo del refrigerador, apartando la cerveza local que nunca ha sido de mi gusto por más que Oliver intentó presentármela, y alcanzo a ver ese destello verde de la botella antes de tomarle, el color es la única razón por la que le elijo por sobre mi excesivamente costosa marca alemana habitual de la isla de importaciones del supermercado.
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Los Secretos de una Estrella Fugaz
Romansa¿Una palabra de cinco letras, y que, además, sea un verbo? En lo último que hubiese pensando, es que a mí me gusta alguien. Entender mis sentimientos nunca fue algo que esperara me sucediera en Alemania. ¿Es realmente un descubrimiento si todos mis...