Las Flores de los Vampiros. Capítulo 9. TERMINADA.

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Sumergo la aguja y dejo que la sangre traspase directamente en el capullo apretado, lo que minimiza el riesgo de la planta ha morir. 

Estas rosas tendré que vigilarlas las próximas veinticuatro horas. Cuando termino con todas me quito los guantes y resoplo sudorosa, es un trabajo delicado, pero las flores son tan hermosas que merece la pena.

Hacen que te olvides de todos los males.

Entro en la cocina después de haber recogido el material y ahogo una exclamación sobresaltada, al ver a Christian con su familia, sentados al rededor de toda la mesa cenando. Es obvio, que ellos se van ha dormir y yo ha desayunar. Incómoda y sonrojada, miro de reojo a Christian pidiéndole ayuda.

Me lavo las manos y espero desorientada.

Él ensancha su sonrisa burlón y ladea la cabeza, indicando que me siente a su lado. Cuando lo hago, me quedo callada puesto que memorizo las normas, y una de ellas, es no hacer ningún interrogatorio y todo irá bien.

Christian pone una mano suya en
mi muslo, dándome ánimos con discreción y me relajo algo más.

—Hola.

Una niña me saluda y sonríe con cortesía.

Somos ocho en este instante. 

—Hola —trasciendo aliviada.

—¿Cómo te llamas? —pregunta afable.

—Everyll, ¿y tú?

—Anabella.

Su cabello negro y ondulado cae hasta su cintura, sus facciones angelicales llaman la atención mucho. Invita a charlar con ella de cualquier cosa animadamemte, sin embargo, la otra niña que es la que vi al llegar aquí, es
todo lo contrario. Sus siniestros ojos glaciales, aseguran que mejor no te quedes a su lado y corras por tu bien.

O sufrirás las consecuencias de sus actos.

—¿Desde cuándo trabajas aquí?

Está claro que ha leído mi mente sin percatarme.

—Hoy he empezado —detallo afectuosa.

—Oh, ¡Estupendo! —suelta entusiasmada.

—¿Estupendo? —sisea, quien percibo 
que es su hermana mayor y la que más me detesta de toda la casa.

—¡Isabella! ¡Sé amable con los invitados! —la reprende Anabella, enseñando los colmillos molesta —. ¿Crees que puedes hacerlo?

—Niñas, dejar de pelear —media entre ambas una mujer, imponiendo respeto y desafiándolas a contradecirla.

Es su madre.

Tiene el rostro más maduro y marcado, y alguna cicatriz de
haber peleado una gran batalla,
pero sigue estando igual de bonita que todos.

Las hermanas dejan de discutir inmediatamente.

—¿Qué tal una bienvenida? —propone Isabella, haciendo un
mohín con mofa y poniéndose en
pie —. Si trabaja aquí estará al tanto de quiénes somos.

Va a la nevera y saca un bote de sangre, coge un vaso y lo llena
hasta rebosar. Me lo pasa y acepto, tragando saliva insegura de la idea. Me muerdo el labio inferior meditabunda, Christian está de
brazos cruzados en alerta, pero manteniéndose al margen, y el
resto, observan juiciosos cómo
la pequeña maneja la situación
con soberbia.

Inspecciono el jugo y vuelvo ha mirar a Isabella.

—¿De quién es? —exijo saber.

—¿No te han dicho ya cómo nos alimentamos? —suelta con desprecio, arrugando su frente hastiada de tener que lidiar conmigo obligada.

Silencio, silencio, silencio y... pelea de miradas rudas.

—¡Isabella! —interviene Christian, levantándose y fijando sus ojos en ella autoritario —. No te atrevas, o no verás la noche en una semana.

—¿Por qué? Le estoy ofreciendo nuestra comida —debate confundida —. ¿Qué tiene de malo?

—Cierto —aprueba Duncan, malicioso.

—Duncan, cállate —dicta Christian amenazador.

—¿O qué?

—¡Basta! —chillo abrumada.

No quiero más peleas, no sé de quién es y no quiero saberlo, me ha retado y si quiero que me respeten más y seguir al lado de Christian, estar en su mundo y convivir en armonia con ellos, haré lo que esté en mis manos para demostrarle que no quiero que desaparezca de mi vida. 

Cojo el vaso y cierro los ojos para beber.

—¡Madre mía! ¡Maravilloso! —chilla Anabella emocionada y aplaudiendo.

No sabe nada mal, es salada y nada pesada.

—¿Alguna prueba más? —bramo desafiante.

Isabella me observa boquiabierta y zarandea la cabeza peturbada. Está claro que no se lo esperaba, Duncan ni parpadea y balbucea,

Christian sonríe orgulloso y con aprobación, los demás estudian
mi rostro con aprensión.

Me siento extraña y tengo el estómago revuelto, pero contengo mis ganas de ir al baño y vomitar.

Respiro con dificultad y mantengo mis ojos en los de ella sin vacilar. Isabella recupera el control de la situación y gruñe frustrada, bufa,
y sale de la estancia sin añadir nada más.

Me dejo caer en el asiento agotada y con los nervios a flor de piel.

Un buen comienzo con su familia sin duda alguna.

[...]

Terminamos de comer y Christian me 
acompaña hasta el coche. Cuando ya no puedo más y vomito quedándome agusto. 

Él acaricia mi cuello haciéndome saber que está aquí. Vomito otro poco más y cojo aire profundamente.

Sofocada me doy la vuelta
para observar a Christian con detenimiento y apoyo mi espalda en el coche. Me limpio con la manga
de la chaqueta y veo restos de sangre. 

Luego tendré que lavar la ropa.

—¿Mejor? —pregunta preocupado.

Asiento temblando de frío y él me 
rodea con sus brazos para abrazarme.

—Deberías volver ha casa —aconseja, 
besándo mis labios suave y furioso —. Ha sido un día bastante intenso.

—Sí... —digo, con un hilo de voz.

—Avísame cuando llegues —pide, aún aflijido.

—Vale — musito ruborizada.

—¿Everyll?

—Mmm... 

—Si no fuera porque la noche se hizo corta —se detiene y muerde el borde de mis labios —, te follaba porque lo que has hecho antes, me ha puesto y mucho —termina de especificar.

Con un nudo en la garganta y excitada, me quedo quieta
deseando su cumplido, pero
ambos nos controlamos porque
está a punto de amancer, y Christian
debería de esconderse ya de la luz del
sol.

Complacida y embelesada, vuelvo a besarlo y me separo de él para entrar en el coche. 

Christian cierra la puerta por mí y se queda de pie hasta que me ve desaparecer de la mansión. 

Con mil mariposas a mi alrededor llego a casa,cierro la puerta tras de
mí y sueltos mis cosas. Doy de comer a mis gatos y estoy con ellos dedicándoles mi amor, mientras que mi mente imagina a un Christian sexy y desnudo.

Lo deseo, lo deseo y ahora.






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